"Por Dios, sube los impuestos y cállate ya". Esto es lo que venían pensando muchos ciudadanos desde que comenzó la interminable fase en la que Zapatero se dedicaba a dejarnos caer a todos que igual le daba por subir los impuestos. Al más puro estilo estilo de Gila ("Alguien ha matado a alguien... alguien es un asesino..."), Zapatero ha dedicado bastante más tiempo a insinuar ("Lo mismo subo los impuestos... no es seguro, pero casi que sí... luego os lo miro, pero vamos, que casi casi ya, eh... ojo que estoy avisando... que luego nadie se haga el sorprendido...") que a hacer cosas directamente. Luego criticará a los que le acusan de improvisador, pero lo cierto es que parece que se ha dedicado a ir dejando caer cosas durante mucho tiempo por si durante ese tiempo se le iba ocurriendo algo mejor.

Y cuando despertó, los impuestos habían subido. Y si la crisis en general, que nos había vuelto a todos comunistas (sí, sí, no miren para otro lado), ya había hecho aflorar cierto cabreo ciudadano, la subida de impuestos ha recuperado ese gran cuento que es el de la cigarra y la hormiga. Jamás una fábula enfrentó tanto a una sociedad como la de la cigarra y la hormiga. Ni la Primera Guerra Mundial, ni la Segunda, ni la Guerra Civil, ni Pekín Express... el cuento de la cigarra y la hormiga lleva décadas ilustrando de forma rancia los enfrentamientos entre los hombres "hechos a sí mismos" (sic.) y los que, por no hacer, no hacen ni la compra. El comunismo y el capitalismo, por fin frente a frente. Aunque disfrazados de insectos, ya ves tú.

La cigarra, holgazana como ella sola, bohemia, truhana e incluso puede que bisexual, se dedica a poco más que vivir la vida entre copas de licor, escarceos sexuales y orfidales repartidos por todo el piso. En el otro lado tenemos a la hormiga, mojigata ella, más hacendosa que nadie, previsora, ahorrativa y casta. Lo que viene ser un coñazo de mujer (o de insecto). Y claro, llegan los tiempos difíciles y las posturas están diferenciadas. La hormiga puede capear el temporal, mientras que la cigarra no sabe ni por dónde le viene el aire y pide ayuda al Gobierno, que seguramente aumente la presión fiscal a la hormiga. A la hormiga, de corte más bien capitalista, no le parece bien que su buen hacer se vea castigado de esta forma por culpa de una vaga, mientras que la cigarra sería comunista si al menos hubiese aprendido a leer y escribir.

Cosas como la subida de impuestos hacen que las sociedades recuperen cuentos tan rancios y casposos como el de la cigarra y la hormiga. En los últimos meses, los españoles de pro, que llevamos dentro a un concejal y a un seleccionador de fútbol, hemos añadido dos profesiones: la de economista y la de sociólogo. A partir de ahí, nos hemos dedicado a hacer afortunadas e infalibles radiografías de lo que pasó, lo que está pasando y lo que pasará. Todos llegamos a las mismas conclusiones, pero las expresamos de distinta forma. Los optimistas se alegran de que haya llegado el fin del negocio para los ricos, que son los que más están pagando la crisis (JÁ!), mientras que los pesimistas veían venir esto desde hace tiempo.

Con la subida de los impuestos, España debería recuperar la entrañable estampita de cigarras y hormigas enfrentadas en un debate político y económico tan rancio como absurdo. Sin embargo, o en España no hay hormigas o prefieren estarse calladas. Con los tiempos que corren, ser hormiga parece incluso un insulto al resto de la sociedad. De modo que, a pesar de nuestras diferencias, todos hemos conseguido ser lo mismo. Ahora todos somos cigarras.

Esto es igualdad y lo demás son tonterías.