Servidor pertenece a ese suculento grupo de personas (políticamente hablando) escépticas, desconfiadas y paranoicas que no se fían de nada de lo que les llega. A veces lo somos con razones, y otras por puro empeño orwelliano.

No obstante, los confiados deben agradecernos que a menudo les vayamos adelantando (con cierta premura) las decepciones con las que nos encontraremos más tarde. Para que no les pille por sorpresa, más que nada.

Gracias a paranoicos como nosotros, ya nadie se fía de los políticos. La desconfianza ciega en los políticos a menudo se desarrolla en la adolescencia, cuando uno siente la necesidad de alojarse en algún sitio político y cataloga a todos por igual. Con el tiempo íbamos aprendiendo que los políticos no son esos mangantes que lo único que quieren es engañarnos y quedarse con nuestro dinero. Sin embargo, a poco que uno anduviese un poco despierto se daba cuenta de que sí, sí eran esos mangantes. Y a día de hoy, pocas son las personas que no desconfían de un político.

Pero aún hay agentes sociales a los que se les tiene que guardar cierto respeto y a los que se les tiene que otorgar una confianza tan ciega como obligatoria. Entre ellos están la Policía, la Guardia Civil y el resto de Fuerzas de Seguridad del Estado, así como los jueces. Y es que parece que dudar de ellos es algo tremendamente grave, ya que ponerlos bajo la luz de la duda podría constituir un serio peligro que atacaría nada menos que a los cimientos más básicos y más firmes de un Estado de Derecho. ¿A quién se le ocurriría dudar de un juez o de un policía? Está claro que conviene evitar todo este tipo de dudas, ya que nos llevarían a una situación social muy tensa que podría desembocar en algo muy peligroso.

Sin embargo, ¿qué pasa cuando uno se encuentra con un policía que filtra información a ETA? ¿Qué pasa cuando un juez es "más que amigo" de un político?

Si uno no puede fiarse de esta gente, ¿de quién se puede fiar?


P.D.: Por cierto, hablando de timos y desconfianzas: ¡Hoy se falla el Premio Planeta!