Si vivimos en un país en el que la cuarta mayor preocupación de los ciudadanos es la clase política, por delante de ETA o la violencia de género, es que tenemos un problema. No es que hayamos descubierto ahora que la inmensísima mayoría de los políticos sean unos corruptos, que parece que ya lo habíamos asumido, pero parece que se han pasado de la raya. Hasta el punto de ser los cuartos en nuestra lista de preocupaciones.

Y no deja de ser curioso, ya que los detractores de la democracia directa y defensores del voto en elecciones, siempre han defendido -con un argumento tan legítimo como cualquier otro- que, ante la necesidad de delegar decisiones en alguien para que nuestra vida sea más cómoda, la mejor solución es hacerlo en la clase política. Pero algo tiene que ir mal si las personas destinadas a hacernos la vida más sencilla se acaban convirtiendo en uno de nuestros principales dolores de cabeza.

¿Y por qué nos preocupan tanto los políticos? ¿Porque son unos corruptos? ¿Porque son unos lerdos, quizás? Pues por un poco de cada, oiga. Lo primero es obvio, aunque, como decíamos antes, parece que todos nos hemos acostumbrado a que nuestros políticos metan la mano donde no deben. Además, ¿es que acaso no haríamos nosotros lo mismo en su lugar? Si es que uno no es de piedra.

Sin embargo, yo al menos no me he acostumbrado a ver que a una grandísima parte de nuestros políticos les falta directamente un verano. Es cierto que todo ciudadano lleva a un concejal dentro y se cree más inteligente que cualquier político cuando en realidad no lo es, pero más cierto es que cuando algunos políticos abren la boca nos dejan ciertas dudas acerca del nivel medio de neuronas que existe en aquel gremio. Y es que si uno lee la prensa puede encontrarse a una persona defendiendo una dictadura y lamentando la caída del muro de Berlín, a otro señor hablando de la "extraordinaria placidez" franquista, otro diciéndole a la DGT que le dejen beber y conducir tranquilo y otra señora hablando de acontecimientos planetarios. Y éstos son sólo algunos de los ejemplos que nos demuestran que muchos de nuestros políticos no sólo son unos corruptos, sino que, de hecho, deberían tener prohibido directamente abrir la boca.

No sea que a alguien les dé por seguirles la corriente.