No podemos dejar escapar el mes de Enero sin hacer mención a ese anticipo carnavalesco que ha sido, y viene siendo, la muy celebrada y comentada Cabalgata de Reyes Magos de Ciudad Real. Efectivamente, hemos asistido a una Cabalgata propia de la España más rancia y vetusta; digna de una ciudad estancada en el pasado más chabacano. Hace cincuenta años, un desfile así quizás fuera lo único posible y esperable teniendo en cuenta los recursos disponibles y la cerrada mentalidad existente. Bastaban entonces cuatro carromatos mal montados y unas barbas en la cara para hacer verosímil cualquier cosa.

Si esta Cabalgata tragicómica resulta tan esperpéntica es, sin duda, porque existe un contraste abismal entre la expectativa del espectador, situado en un ámbito iconográfico muy elaborado, y la esterilidad del organizador del evento quien se empeña, año tras año, en ofrecer a un niño nacido en el siglo XXI un espectáculo grotesco que parece sacado del NODO. Y si bien es cierto que las Cabalgatas al uso siempre han gozado de ese entrañable espíritu que tiene lo imperfecto, en este caso, hace bastantes años que este desfile superó la barrera que separa la imperfección asumible de la cutrez intolerable. Una de las razones sea, quizás, la desidia con la que por lo general se acomete todo acto festivo en esta ciudad. La desidia por inercia, que es de las peores, o la completa incapacidad (incapacitación) para llevar a cabo iniciativas que no sean casposas y vergonzosamente cutres. Da la sensación, constatable año tras año, de que para realizar este tipo de eventos basta con reunir las ocurrencias de quienes más tienen y hacer con ese cóctel un circo festivo. Existe una tradición en esta ciudad de ubicar en tal Concejalía a personajes que tienen algo de festivo y de abúlico, como si el desparpajo o la campechanía de tales personajes fuera garantía de profesionalidad. Tales cualidades son sin duda virtudes saludables en la vida pública y privada, pero cuando se trata de desempeñar funciones políticas hace falta algo más que socarronería.

Más en este artículo de Alberto Muñoz sobre la Cabalgata del Baltasar blanco metido a político.