Si por algo se ha caracterizado siempre Eurovisión es por no ser un certamen demasiado serio, precisamente. Desde sus comienzos, la selección de un candidato español para este certamen ha estado controlada por la industria discográfica. Cada año, la industria metía a sus productos en los procesos de selección y uno de ellos iba a concursar representando a España, obteniendo unos resultados que nunca fueron demasiado positivos.

Si ya de por sí resulta casposo eso de que los países europeos compitan entre sí en un festival de canción, más aún lo resulta que la elección de los candidatos sea sectaria y reducida a los criterios de la industria musical y la discográfica de turno. Esto nos ha traído un modelo mediante el que han salido artistas muy buenos y artistas muy malos, pero todos ellos con un denominador común: han sido totalmente impuestos, al igual que se impone la música de las radiofórmulas.

Tras muchísimos años con este proceso de selección cerrada llegó Operación Triunfo. Si el maltrato a la cultura musical ya venía siendo evidente, con Operación Triunfo fue espantoso, ya que España acabó llevando a candidatos escogidos en un reality show y que se limitaban a convertirse en réplicas exactas de la imagen que sus discográficas les creaban. Se trataba de gente que apenas un mes después de salir de OT ya tenía grabado un disco, lo que evidenciaba el cultivo no de una cultura musical, sino de un producto meramente comercial. Así, durante muchísmos años nos hemos encontrado con múltiples formas de selección de candidatos, pero todas con un denominador común: el escaso aprecio por una cultura musical real, y el nulo respeto por los artistas que llevaban años trabajando.

Con estos antecedentes, no era de extrañar que en España Eurovisión interesase tanto como la reproducción del caimán guineano. Y lo malo no era sólo que no interesase Eurovisión, sino que también empezaban a no importar sus productos comerciales, y ningún participante de OT conseguía nada más allá de sacar uno o dos discos de cuestionable éxito de ventas.

Así, TVE se encontraba con un grave problema que tenía que solucionar con algo que trajese audiencia e interés a partes iguales. Y recurrió -a la desesperada- a internet, esa cosa moderna que seguro que hace que la gente se enganche. Y, efectivamente, la gente se enganchó. Lo que pasa es que siempre acabas por no respetar a quien no te respeta a ti: a esas alturas de vida ya era muy poca la gente que se tomaba en serio el certamen, y muchos los que incluso odiaban ese constante desprecio a la cultura musical llamada Eurovisión. Así pues, Buenafuente optó por burlarse del certamen y forrarse a su costa pariendo a Rodolfo Chikilicuatre. El cambio no era tan drástico respecto a otros años; simplemente había cambiado la persona que se forraba. Antes se forraba la industria discográfica, mientras que ahora se forraba otro sector, y encima a costa de ridiculizar el certamen. Lo malo es que, pese a que Eurovisón había acudido a internet para salvar audiencias, los promotores de este festival en España seguía respirando ese aire casposo (a lo Uribarri) que se emocionaba con canciones que al resto del país le producían vergüenza ajena, con lo que a las viejas guardias de TVE no les hizo ni piza de gracia el invento de Buenafuente.

Este año consiguieron evitar algo similar y descalificaron a tiempo a Karmele Marchante. Sin embargo, éste no era el mayor problema. El mayor problema se llamaba Forocoches, un foro que consiguió meter en la final a un tal John Cobra.

John Cobra es un tipo al que yo no presentaría a mi madre. Ni a mis amigos. Ni siquiera a mis enemigos. Quien haya seguido -por internet- la trayectoria de este hombre en los últimos años sabe que no es angelito precisamente. En fin, que lo último que yo haría sería llevarlo a un plató de televisión. Y así pasó lo que tenía que pasar:

Incidente de John Cobra en Destino Oslo





En TVE han despreciado desde el principio a John Cobra, y Anne Igartiburu dejó claro anoche que si estaba ahí era "porque los han votado en internet", no por otra cosa. Se acusa a internet (así, en líneas generales) de haber destrozado Eurovisión, pero lo cierto es que Eurovisión estaba ya herida casi de muerte. Si durante muchísimos años este año había sufrido el monopolio de una industria discográfica que nos tomaba a todos por imbéciles, cuando TVE quiso democratizar un poco la cosa ya era demasiado tarde. Eurovisión era el hazmerreír de media España, y los usuarios de Forocoches dijeron: "¿No quieres caldo, pues toma dos tazas". Y metieron en la final a un pirado que acabó llamando maricones al público e invitándoles a que me tocasen la polla. Un suceso tan grotesco que casi se ha convertido en una obra maestra de la televisión, y en una buena muestra de lo que te puede pasar cuando le das el poder a las personas de las que te has estado riendo y aprovechando durante muchísimos años. Y es que, después de tantos años de maltrato al espectador, a algunos hasta nos resulta divertido ver a John Cobra llamando maricones a los del público. Habrá quien quiera ver en ello un gravísimo atentado y quiera llevarlo incluso al Congreso de los Diputados, pero lo de este año no ha sido más que una magnífica lección contra la miseria cultural de la que tradicionalmente ha hecho gala Eurovisión.

Seguramente se recuerde ésta como la edición en que Eurovisión vivió uno de sus episodios más tristes y vergonzosos. Pero no se confundan: los únicos que pierden aquí son los retrógrados que soñaban con ver en Eurovisión a otra coplera con música semimoderna de fondo y un cañón de aire que ondee su melena.

¿A alguien de verdad le sorprende que Eurovisión haya acabado siendo lo que es? Porque más bien parece que se lo han ganado a pulso, y he de reconocer que a mí hasta me ha llegado a resultar divertido.

La vergüenza que produce este certamen viene siendo exactamente la misma desde hace muchísimos años. La diferencia es que antes era una vergüenza bienpensante y ahora es una vergüenza grotesca. Pero es lo que pasa cuando maltratas a tu espectador y haces cualquier cosa a cambio de su audiencia. Que la venganza se sirve en plato frío, y al final acabas perdiendo.

¿Quién ha salido ganando con todo esto? Es evidente: John Cobra. El más listo de todos.