En los seis años que José Luis Rodríguez Zapatero lleva al frente del país, a nuestro presidente le han caído -como a todos los presidentes- muchas críticas. Las más comunes, y que le vienen persiguiendo ya desde que fuese candidato, son las que lo acusaban de blando, de soso, de poca mala uva, de poco carácter y, sobre todo, de poco gusto por la trifulca y la chulería, algo muy presente en su antecesor. Lo que él definió como talante otros lo definieron, simple y llanamente, como poca sangre.

No sé si esto sería un defecto o una virtud. Lo que es cierto y evidente es que Zapatero tiene un defecto gordísimo: y es que tiene poca chulería, y las pocas veces que la saca, lo hace en los momentos en que más tiene que callarse la boca.

Uno de los primeros momentos de chulería que conocimos del corderito Zapatero fue su comparecencia ante la comisión de investigación del 11-M. Allí, Zapatero, quizá alentado por la vergonzosa y repugnante altanería mostrada por Aznar unos días antes, quiso también jugar a ser lobo y a acojonar a todos tan sólo con la mirada. Lo malo es que la investigación de un atentado terrorista en el que murieron 200 personas no parece ser, precisamente, el mejor escenario para ponerse farruco, y en aquella ocasión Zapatero acabó haciendo lo mismo que Aznar: ignorando a las víctimas y dando una imagen de terrible sensación de desprecio hacia todo lo que había pasado.

Pues bien, nuestro presidente nos acaba de ofrecer un nuevo episodio de esta vergonzante socarronería. Ayer discutía con Rajoy en el Congreso de los Diputados sobre la situación económica y laboral de España, entre otras cosas. Ambos líderes políticos cabezas de lista nos deleitaron nuevamente con un toma y daca destinado a dirimir cuál de los dos la tenía más larga. Esta vez la cosa fue a mayores y Rajoy pidió a los diputados socialistas que retirasen el apoyo al presidente. Y este, con el gesto torcido, el pitillo en la boca y la mirada de reojo, le dijo que fuese él el que presentase una moción de censura si tenía cojones.

Supongo que los ciudadanos que hayan visto estas imágenes en televisión se lo habrán pasado bomba viendo a un opositor impotente y a un presidente del Gobierno que se dedica a pavonearse en vez de preocuparse por la situación en la que ahora mismo está el país.

Suerte que sus señorías habitan en esa realidad paralela que es el Congreso y apenas pisan la calle. Porque como a Zapatero le dé por bajar a la Tierra y rodearse de aquellos a los que las catañas no les vienen dadas, quizá no encuentre a tantos caguetas como encuentra en el Congreso.