Tiene apenas 26 años y gana cerca de 8.000 euros al mes. No trabaja en Google, ni es controlador aéreo, ni un gran empresario. Bueno, esto último quizás sí, pero al margen de la ley. Rafa Pinar [nombre falso] es camello.

Este joven vende hachís desde hace cinco años, y no le va nada mal. Rompe con todos los tópicos. Rafa es licenciado y va camino de ser doctor. Su romance con el tráfico de drogas comenzó a los 21 años. Rafa era consumidor de hachís los fines de semana. No fumaba demasiado, ni de demasiada calidad, pero siempre tenía algo. Lo suficiente para que cualquier policía nacional le multase.

Rafa estudiaba Geografía en la Universidad de Castilla-La Mancha y empezaba a pasar algunos apuros económicos. En tercero de carrera perdió la beca del Ministerio y no tenía cómo pagarse los estudios. Fue entonces cuando pensó en hacerse camello, una idea que venía unos meses rondándole la cabeza como un mero entretenimiento para sacarse un dinerín y fumar gratis. Lo que no se imaginaba es que esta aventura acabaría siendo imprescindible debido a su falta de dinero. Así, contactó con dos camellos de su ciudad y comenzó a vender hachís.

No era gran cosa: como mucho vendía unos 100 gramos cada mes y su hachís no era el mejor del mundo, precisamente. No se sacaba más de 100 euros mensuales, insuficientes para pagar la matrícula. Dos meses después, un amigo de Rafa le contó que en un pueblecito de Madrid había una persona que le daría un hachís mucho mejor y más barato. Manos a la obra. A Rafa sólo le quedaban 120 euros. Con cierto temor, decidió gastarse tan sólo 80, dejándose 40 en el bolsillo por si las moscas. Por suerte, Rafa había cambiado el deficiente hachís de su ciudad por cuatro bellotas de marroquí escasísimamente adulteradas. No estaba mal. Nada mal.

Más en este reportaje que hemos publicado en El Confidencial.