Quedan veinticuatro horas para el tinglado de la antigua farsa pseudo religiosa de la gran concentración de Madrid en favor de la familia cristiana. De todos los fieles que mañana acudirán a esa manifestación, en favor de los hijos nacidos en santo matrimonio, pocos se habrán escandalizado de esa otra manifestación, mucho más escandalosa, del obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, para quien el abuso de menores existe porque hay niños que lo consienten: “Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y además, deseándolo, incluso si te descuidas te provocan”.

Si no me dieran miedo los fundamentalistas cristianos, acudiría mañana, armado de megáfono, para verle la cara a ese espécimen ensotanado víctima de picores pederastas cuando se queda a solas con nuestros niños “a poco que se descuide”, para ir desgranando en voz alta las cuentas de los abusos a menores por los que la Iglesia norteamericana casi entra en bancarrota.

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Es propio de las religiones culpabilizar a las víctimas. Tan interiorizado está el sentimiento de culpa (la base de su negocio) que a menudo la víctima llega a dudar ante su dios si en verdad no habría podido hacer algo más para evitar el abuso. Así, los fundamentalistas islámicos castigan a cien latigazos a las mujeres violadas, y ya conocemos la anécdota de algún juez cristiano que disculpó una violación porque la “víctima iba provocando” con su forma de vestir (...).


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