Cuando una multitud se manifiesta en la calle, lo único que viene a cuento es discutir sus argumentos. Si salieron cien mil o dos millones de personas, si su espíritu fue constitucional o no, si el PP la apoyó para desgastar al Gobierno o si el PSOE reaccionó contra ella para movilizar al electorado de izquierdas, son, todas ellas, cuestiones menores, que pueden coexistir tanto con la veracidad como con la falsedad del mensaje de los manifestantes. Lo esencial de la concentración en defensa de la familia tradicional y el cruce de declaraciones subsiguiente es que la Iglesia quiere tomar parte en el debate social y tiene, por supuesto, todo el derecho a ello. Pero, como a cualquier otro sujeto o colectivo que pretenda hacerlo, tenemos que exigirla que razone sus argumentos y los exponga a la discusión pública sin hacerse la víctima alegando que las críticas son un ataque a su libertad de expresión, que nadie ha puesto en duda.
En este sentido, el gran hándicap que tiene la Iglesia para que la tomemos en serio como interlocutora en el debate de ideas es que parte de la escurridiza premisa de Dios.
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No sé cuántos seguirían defendiendo la misma estructura familiar si no creyeran que se debe a un designio divino, pero pueden hacerlo. Lo que no pueden es decir que no pretenden imponer su testimonio, sino que éste sea "comprendido y aceptado", como afirmó Rouco Varela en El Mundo en vísperas de la convocatoria, cuando a ninguna familia tradicional se le ha negado su derecho a ser heterosexual, criar progenie y permanecer unida hasta la muerte.
Es de traca que las organizaciones católicas acusen al Gobierno de pretender imponer su "pensamiento único" en la concepción de la familia, precisamente por dejar abiertas otras posibilidades ajenas al pensamiento único que, como es natural, se sigue de la creencia en un dictado divino que ha de obedecer todo el mundo. Para empezar, las bodas entre homosexuales, el divorcio y el aborto son manifestaciones de tres fenómenos completamente diferentes, cuya unicidad se limita a que todas se oponen a la idea católica de familia.
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Las familias que crian a sus hijos hasta que logran echarlos de casa, las organizaciones católicas han alumbrado la ocurrencia de que tales aberraciones dañan "la institución de la familia". No alcanzo a comprender qué tipo de sufrimiento puede experimentar una institución social ni qué perdería la Humanidad si aquélla diera paso a otras (...), pero además, en este caso concreto, la familia como fenómeno sólo se vería cuantitativamente menoscabada (que no cualitativamente) por el divorcio exprés. El que una mujer aborte no va a disminuir el número de familias y la apertura de la institución a los homosexuales incluso le aumentará. Así que (...) resulta evidente que los manifestantes del otro día no defendían a la familia como tal, sino su pureza; exactamente igual a como los nazis aborrecían de que la pureza de la raza alemana se viera desnaturalizada por la incorporación de los judíos.
(ACTUALIZACIÓN: mientras Kiko Rosique compara a los católicos manifestantes con los nazis, en la otra orilla es una asociación católica la que compara el laicismo y el nazismo.
Más (mucho más) en el blog de Kiko Rosique.
Criminal
Hace 5 horas
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