Mi abuelo fue siempre del Club de la Corbata Roja. Según creo entró cuando sólo tenía 19 años. Llegó a ser vicepresidente. Mi padre fue siempre del Club de la Corbata Roja. Según creo entró cuando volvió de la mili, llegó a ser presidente. Yo he sido siempre del Club de la Corbata Roja, entré cuando estrené mi primer empleo. No se trataba sólo de mantener una tradición porque sí, porque mis antepasados la seguían, no. Yo adoraba el Club de la Corbata Roja, no había en mi ciudad nadie más distinguido, elegante y entregado a los demás que los miembros del Club de la Corbata Roja. Me acaban de echar, malditos sean, cuando yo esperaba convertirme en presidente.
(...)
Y todo porque me niego a ir con corbata roja, todo porque me he decidido a vestir corbatas de otros colores (...) ¿Es que no puedo yo en legítimo uso de mi libertad ser miembro del Club de la Corbata Roja e ir por la calle con una corbata azul? ¿Y si me da la gana? ¿Es que el Club de la Corbata Roja, por mucho que se reserve el derecho de admisión, puede saltarse a la torera la Constitución y todas las libertades en ella consagradas?
Más en este artículo de Pedro de Hoyos, en alusión a la mujer que fue expulsada de la Hermandad de la Virgen de la Encarnación por ser lesbiana.
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