El piropo del oso. “Hay que votar a Rajoy, aunque no entusiasme”, decía Aznar antes de las elecciones. No era original. Felipe González, años antes, le había dedicado parecido halago envenenado a su elegido, Joaquín Almunia. Ambas historias, con todas sus diferencias, mantienen un denominador común. Tanto Aznar como González fracasaron en su dedazo. Los liderazgos nacen, no se heredan. En una sucesión, la opinión más venenosa es la del rey muerto, pues siempre tendrá la tentación de escoger a un delfín que sea dócil aunque no entusiasme, que no mate al padre, que le permita vivir en la otra vida. Al PSOE le costó dos derrotas darse cuenta. El PP, dos derrotas después, aún está en ello.

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