Durante este año, y más aún durante estos dos últimos meses, en toda España se están haciendo todo tipo de actos, homenajes y conmemoraciones para celebrar la victoria española sobre los franceses en la Guerra de la Independencia.

De entrada llama la atención que casi todos estos homenajes consistan en meros desfiles del ejército, precisamente cuando por aquel entonces lo que teníamos los españoles era cualquier cosa menos un ejército. En los discuros políticos, cómo no, nuestros gobernantes han acudido a todo tipo de eufemismos para envalentonar a los "héroes" que participaron de un modo u otro en esta guerra definiendo su lucha como "la lucha de un pueblo que defendió una historia común, un territorio y una bandera". Esta definición, si me lo permiten, resulta un tanto cómica (por no decir directamente equivocada). Y es que lo de luchar por una patria es muy bonito y está muy bien, y no seré yo el que peque de antipatriota, pero mucho me temo que los españolitos de a pie, cuando vieron cómo los franceses entraban a sus casas, no se pusieron la mano en el pecho para recordar la gloriosa historia de nuestro país y salieron a defender los honores de nuestra bandera, sino que más bien parece que se sumergieron en una evidente lucha por la supervivencia más primaria y lógica. A mí me parece genial que, ante la bajada de pantalones de los monarcas españoles de la época, los políticos actuales intenten aferrarse a cualquier cosa para darle los méritos a un conjunto de personas, pero una de las cosas que salvó a este país no fue su conciencia colectiva, sino la suma de individualidades: los políticos se empeñan en darle una tónica de conjunto a todo, pero los hombres tienen más coraje cuando más solos, más débiles y más asustados están, y entonces los ciudadanos lucharon por lo más cercano que tenían: sus familias, sus casas... si hubiesen tenido que luchar por una banderita y unos honores, veríamos a ver cómo habría quedado la cosa.

Otro asunto que a uno le viene a la cabeza es hasta qué punto este tipo de celebraciones acaban siendo anacrónicas. Y es que podemos vestir los actos de lo que queramos, podemos aludir a la unidad del pueblo español o podemos inventarnos lo que nos dé la gana, pero todos sabemos que lo que estamos celebrando es la (gloriosa) patada en el culo que le dimos a los franceses. Y muy bien que hicimos dándoles esa patada, pero hicimos es la palabra clave: a servidor no deja de resultarle un tanto cateto esto de celebrar que sacamos a hostias a los franceses de España estando ahora mismo inmersos en plenas alianzas de civilizaciones, ONUs, Uniones Europeas y demás. Seguramente esto parezca un poco exagerado, pero si conocen a algún francés que resida en España, pregúntenle cuántas veces le han recordado la dichosa batallita este año (el que viene ni se acordarán).

Pero en fin, pues nada, sigamos engañándonos a nosotros mismos, sigamos diciendo que lo que aquí celebramos es la decisión y la unidad que tuvo el pueblo español, que luchó por unos valores y por una identidad común y que en el momento de clavar las estacas no estaban pensando simplemente en sobrevivir (que no es poco), sino en convertirse en alardes de la valentía que corre por las venas españolas.

Entre esto y lo de las 60 horas de trabajo semanales, sólo nos faltan los vestidos de época para volver al feudalismo.

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