Todos nosotros nos encontramos a diario con los diferentes. Los diferentes son aquellas personas que, lógicamente, llaman nuestra atención por no ajustarse a una normalidad o, de forma más eufemística, a una tónica general.

Hay diferentes de todo tipo: los que quieren dejar de serlo, los que están encantados con su condición, los que no saben que son diferentes, a los que directamente se la suda... De entre éstos podemos extraer a los que saben que lo son y quieren dejar de serlo, pero este "dejar de serlo" no pasa por cambiar sus hábitos, sino por que la sociedad reconozca dichos hábitos como normales.

Sin embargo, un diferente no pasa a normal de un solo golpe. Antes tiene que pasar por otro status: el de diferente para bien. Y esto de ser diferente para bien puede ser más peligroso o incluso humillante que ser diferente para mal, que es de donde se parte.

Hace unos años, por ejemplo, ser homosexual era tenido en cuenta como una simple y mera provocación gratuita y pasajera; es decir, el homosexual era diferente para mal. A día de hoy, por suerte, ser homosexual es una opción sexual... y algo más. Un ejemplo lo tenemos en el Ayuntamiento de Madrid, que, al mismo tiempo que critica la discriminación positiva hacia la mujer, convierte al homosexual en un billete con patas. Además, el Ayuntamiento no tiene mejor cosa que hacer durante estos días que organizar visitas guiadas a Chueca con motivo de la Semana del Orgullo Gay. Así, Madrid se venderá como una ciudad moderna (e incluso, si cabe, ¡más cosmopolita que la propia Barcelona!) y los visitantes podrán comprobar lo limpios, guapos y modernos que son los gays de Chueca al mismo tiempo que, entre todos, convertimos a un colectivo y a una opción sexual en una forma de vida que se puede observar ociosamente cámara en mano. Es como si metiésemos a un gay en una probeta de laboratorio y lo tuviésemos en observación, sólo que con un tinte turístico y convirtiendo al susodicho en un diferente para bien.

Finalmente, el homosexual pasará a ser normal cuando, efectivamente, sea tratado como uno más y el resto de ciudadanos no se vea obligado a sentir una incontrolable simpatía hacia los gays (que no hacia las lesbianas, cuidado, que ésas todavía son diferentes para mal) y no presuma de tener amigos de esta condición.

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