Vivimos en unos tiempos en que la libertad se confunde muy gravemente con el libertinaje, uno de los mayores males, sin duda, que asolan a nuestra sociedad.

Este hecho es especialmente grave ahora que parece que todo está permitido, y los progres de medio pelo visten de tolerancia lo que en realidad es una pura irresponsabilidad no sólo moral sino también al civil para con la obligación que tenemos, como ciudadanos, de procurar lo mejor para todos, de buscar un bien común y de perseguir aquello que convierta la nuestra en una sociedad sin escala de valores.

Pero claro, la excesiva permisividad de los que mandan hace que nos estemos convirtiendo en un modelo ciudadano en el que todo vale aun a pesar de que ese todo implique negativamente y perjudique de forma terrible al conjunto de la sociedad.

Pero no se confundan: lo que realmente se esconde detrás de esta excesiva permisividad es un miedo a la valentía, a la responsabilidad, al compromiso cívico por parte de estos gobernantes que se autoafirman progresistas mientras destruyen nuestros esquemas sociales. Por suerte, no todo el mundo es tan cobarde, y en nuestro país sigue habiendo gente que, aunque su tarea esté mal vista y sea despreciada cada día, trabaja en favor de conseguir un mundo mejor y más próspero para todos. Y estos valientes filántropos y altruistas se dedican a curar a los homosexuales.

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