No es ningún secreto que casi todo en esta vida es cíclico y las cosas no dejan de girar. Pero en este país hay dos cosas especialmente cíclicas: la política y las crisis del Real Madrid.

¿Qué tiene de bueno o de malo esto de que algo sea cíclico? Por lo general, el carácter cíclico se suele usar para atemorizar a la gente (estamos inmersos en la sociedad del miedo, no lo olviden) y para recordarle a alguien, cuando las cosas le van bien, que todo lo que sube baja y que antes o después le irá mal. Servidor, que es de naturaleza escéptica, prefiere usar el carácter cíclico para recordar que todo lo que sube, baja... para después volver a subir. Por desgracia.

Las situaciones cíclicas hacen que prácticamente no valoremos ninguno de los estados por los que se pasa, ya que sabemos que en cualquier momento ese estado cambiará y la situación que se presumía tan mala en realidad no lo sería tanto, sino que se le dio una mala publicidad para acelerar el carácter cíclico y llegar cuanto antes a un punto positivo.

Un ejemplo claro de todo esto es la construcción. Sería repetitivo (y poco económico cibernéticamente hablando) que les recordásemos aquí los tiempos de gran construcción que tuvo este país, algo que en principio era bueno pero que traía consecuencias no tan positivas. Y es que sí, cada vez había más sitios donde poder vivir, pero chocábamos con dos derivaciones negativas: por un lado, los conceptos construcción de viviendas y desarrollo sostenible comenzaban a ser un pelín excluyentes y se construía en cualquier sitio dejando la ley al margen. Por otro lado, y no menos importante, este boom constructivo traía consigo un boom de hipotecas de mierda (porque para qué llamarlas hipotecas basura cuando podemos llamarlas hipotecas de mierda), un eterno endeudamiento por parte de los ciudadanos, un sinfín de timos y estafas inmobiliarias... todo ello mientras los principales constructores de este país se forraban a costa no sólo de los ciudadanos, sino también de las leyes, de la naturaleza y de todo tipo de principios éticos (ejem). Así pues, y aunque todos ¿necesitábamos? una casa, solíamos mentar a la madre que engendró al señor que puso las viviendas tan caras y nos sumergió en un mercado tan injusto.

No obstante, amigos justicieros, el tiempo se puso de nuestro lado. La diosa Atenea se dio cuenta de nuestros sufrimientos y decidió actuar trayendo a nuestra tierra la crisis de la construcción. Ya saben a qué nos referimos: pisos y más pisos sin vender, obras incluso sin acabar, licencias de suelo no concedidas (oh my god!)... En ese momento todos exhibimos una maléfica sonrisa y creímos que el mundo realmente nos pertenecía, y que el imperio de los malvados constructores no iba a durar mucho hasta que la soberana ciudadanía tomara en sus brazos el futuro del país. Eran tiempos en que veíamos a los constructores por la tele y nos alegrábamos de que se estuviesen arruinando (o eso decían ellos). "Todo lo que sube, baja", decíamos nosotros, orgullosos.

Pero a veces es necesario ser escéptico y desconfiado, y estaba claro que los más necesitados (no se den por aludidos, que yo hablo de los constructores) iban a recibir alguna que otra ayuda. Ya en tiempos de campaña electoral se empezó a oír a Zapatero y a Rajoy hablar de la necesidad de revitalizar el sector inmobiliario. Pero bueno, ¿los constructores no eran los malos? Claro que sí, amigos, pero, como bien saben, un capitán no sale del barco hasta que no lo haya hecho toda su tripulación (una ley a la que no se ajusta Esperanza Aguirre), y si el negocio de la construcción iba mal, lo primero que hizo el constructor antes de salir él fue poner de patitas en la calle a todos sus obreros, cuya mayoría, además, eran inmigrantes. Con lo cual nos encontramos con que va a resultar que la construcción no sólo no es una actividad especulativa y deshonrosa moralmente, sino que, de hecho, incluso cumple una función de bienestar social merced al empleo que genera. Como decíamos, en épocas de campaña electoral tanto Zapatero como Rajoy ya sabían la que se les venía encima y ya empezaban a dejar caer el discurso, aunque era demasiado pronto para hacer nada.

Sin embargo, el momento de la resurrección ha llegado. El pasado jueves, Zapatero anunciaba un paquete de medidas entre las que se encuentra una inyección de 8.000 millones de euros que los ayuntamientos deberán invertir en obras. Y esto, ¿es bueno? Pues hombre, es evidentemente bueno en tanto que la ejecución de esas obras llevará consigo la creación de muchos puestos de trabajo; eso es obvio. Sin embargo, mucho nos tememos que esto también traerá consigo la vuelta de todos aquellos empresarios que perdieron apenas unos ahorrillos pero que lloraron como si les hubiesen quitado la vida. Además, y según las palabras del propio Zapatero, las obras a realizar serán "de ejecución inmediata". ¿Qué querrá decir esto? Pues quizá quiera decir que como tenemos que crear empleo deprisa y corriendo, pues oiga usted, señor alcalde (o concejal de Urbanismo), no sea tan picajoso con eso de las licencias de obra, ni de suelo ni nada de nada. Que aquí lo que hay que hacer es crear empleo; si para ello nos saltamos unas cuantas leyes y nos forramos a costa de todo el mundo, serán daños colaterales.

Todo sea por el bien del ciudadano.

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