En este blog se ha hablado más de una vez (sobre todo en los comentarios) de la labor que hacen los empresarios. Mismamente, a muchos os ha parecido mal que critique a una infraestructura que tantos puestos de trabajo da o a un empresario cuyas empresas asumen tantas nóminas (entre ellas la mía, hasta hace un tiempo). Algunos lo habéis hecho con frases del tipo "estos señores serán lo que sean, pero dan muchos puestos de trabajo y gracias a ellos mucha gente puede vivir".

Esta entrada no es para hablar de estos señores en concreto, sino de una parte del gremio empresarial en general y de la visión que de estos empresarios tiene la sociedad. Me llama la atención cuando un ciudadano defiende a ultranza a un gran empresario por los empleos que genera. Me sorprende por dos motivos: en primer lugar, porque parece que entonces estamos obligados a permitir que nuestros empresarios hagan ciertas cosas (como saltarse la ley, por ejemplo) si a cambio van a generar trabajo; en segundo lugar, porque esta visión aduladora de los grandes empresarios es tan caduca como poco comprensible por parte de los ciudadanos.

Y es que, según qué comentarios, parece que los ciudadanos tenemos que darles eternas gracias a los grandes empresarios que nos contratan como empleados. No seré yo el que incite a la desobediencia y a no ser grato con quien te da un empleo, pero considero que habría que equilibrar un poco la balanza y no tener al empresario como una imagen casi de ONG. Es conveniente recordar que, efectivamente, los empresarios dan un sueldo a los ciudadanos, pero estos ciudadanos, como empleados, reportan a cambio un trabajo que a menudo se infravalora -no sé muy bien por qué-. Parece que a todos nos han insertado esa mentalidad de que nuestro trabajo vale mucho menos que el importe de nuestro sueldo y que prácticamente tenemos que dar las gracias al empresario de turno por trabajar ocho diarias (o incluso más, en muchísimos casos) para él a cambio de un sueldo... digamos... cuestionable.

Es importante que no olvidemos que nuestro trabajo ayuda a que el gran empresario crezca y se enriquezca, y que si en algún momento el negocio va mal, este señor nos pondrá a todos de patitas en la calle. Esto es de lógica, y en cierto modo es normal que los empresarios abandonen un negocio si les va mal. Pero es importante recordarles estos factores a todos aquellos que intentan que cada noche recemos a esa gran ONG que es la empresa que nos contrata. Son muchas las pruebas que nos demuestran que nuestros grandes empresarios no son ningunos filántropos, con lo que no está de más que agradezcamos su sueldo, pero es importante que la balanza no se incline sólo para un lado, ya que sus beneficios están construidos con el trabajo de sus empleados.

Claro, podríamos seguir empeñados en defender la filantropía del empresario abusón y decir que él ya tiene suficiente dinero ganado y que podría quedarse en casa tranquilo sin abrir una empresa que nos dé trabajo, pero eso sería burda demagogia, ya que sabemos de sobra que si alguien abre una nueva empresa es porque sus ansias de ganar dinero a borbotones van creciendo cada día de forma totalmente exponencial. Del mismo modo, también sabemos que los grandes empresarios suelen embarcarse en negocios sin ningún tipo de riesgo; negocios cómodos en los que el dinero ganado fluye de forma rápida por todas partes. Los grandes empresarios, ésos a los que les encanta salir en los periódicos y que se hacen fotos con nuestros políticos, no gustan de meterse en negocios arriesgados. Pero si así fuera y, por casualidad, alguno de sus negocios les saliese mal, no se preocupen que ellos no se arruinarán: primero, porque cerrarán la empresa, echarán a toda su plantilla a la calle y se quedarán tan anchos; y segundo, porque si tan amigos son de los políticos, éstos no tardarán demasiado en ir a salvarles el culo.

Es importante, pues, darle al César lo que es del César y poner cada cosa en su lugar. El mercado de trabajo es un mercado que funciona con dos agentes imprescindiblemente complementarios: el que contrata el trabajo y el que lo lleva a cabo. Y, aunque uno tenga un mayor status social que los otros, es de ley y de justicia que los propios ciudadanos nos despertemos de esa farsa que nos cuentan y seamos conscientes de que nuestro trabajo y nuestro sueldo no son ningún regalo.

Es más, si un día nos pusiésemos a echar cuentas en serio, habría que ver quién hace más por quién.

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