Hace un tiempo leí una noticia que afirmaba que el 82% de los adolescentes americanos está a favor de las sanciones por usar sistemas P2P. Y sobre esta noticia cabe decir varias cosas.

En primer lugar, observemos que el informe que revela estos datos ha sido llevado por la Federación Internacional de la Música Fonográfica (IFPI), con lo cual, pues hombre, muy objetivo, muy objetivo, no parece, la verdad. En cualquier caso, todos hemos visto encuestas en España en las que se preguntaba a los ciudadanos qué les parecía el uso de programas como el eMule para descargarse material protegido por copyright. Los resultados, aunque no tan inflados como los de la IFPI, eran bastante parecidos y nos revelaban que los encuestados emitían una opinión negativa acerca de las redes P2P y abogaban por que los usuarios fuesen penados por la ley. Unos segundos después, cuando el encuestador preguntaba al encuestado si él usaba el eMule, éste desplegaba una sonrisa picarona y reconocía que sí. (Qué traviesillos.)

Este tipo de informes y de anécdotas son bastante reveladoras, ya que muestran, en primer lugar, la autocensura que se marcan los propios ciudadanos y su obsesión por decir lo que creen que tienen que decir. Personalmente, cuando tengo que salir a la calle para hacer una encuesta de cualquier tipo, a veces hago una pregunta lo suficientemente vaga, abierta y confusa como para que la emisión de una respuesta merezca, al menos, unos pocos segundos de reflexión. Sin embargo, son muchos los encuestados que en un milisegundo comienzan a esbozarte su opinión acerca de cualquier tema, por complejo que éste sea. Sin reflexiones, sin balbuceos. Ay que ver, qué gusto da la gente con una opinión tan formada sobre todo. Como decimos, en muchos de estos casos se trata de gente que a lo mejor no se ha planteado nunca la pregunta que se le ha hecho, pero que de antemano sabe qué es lo que tiene que decir.

Por otra parte, es curioso esto de que la gente condene un acto que él realiza a diario y por el que no siente ningún tipo de remordimiento. De hecho, si se le pregunta a una persona que use redes P2P qué le parece este uso, éste contestará que tiene que estar penado y que no está bien que los usuarios nos beneficiemos del trabajo de otros sin pagar nada. Sin embargo, es muy probable que si a este ciudadano se le lleve a un debate un poco más profundo en un ambiente más relajado, éste acabe diciendo que no tiene ningún tipo de problema ni de remordimiento al usar el eMule y que no cree que su uso acarree unas consecuencias terribles. Sin embargo, a pesar de que éste es un sentimiento casi unánime, raro será el ciudadano que manifieste su verdadera opinión de forma pública. La mayoría condenará el eMule y demás redes P2P. Y es curioso observar que la gente, ante un acto al que no le ven el mayor problema, prefiere condenarlo de puertas para afuera y llevarlo a cabo de puertas para adentro antes que defenderlo públicamente y luchar por su reconocimiento. Esto no se queda sólo en el P2P, sino que puede extrapolarse a muchos ámbitos, en los que el ciudadano prefiere incumplir una ley antes que luchar por que ésta cambie.

Pero en el caso del P2P todo esto es mucho más grave, ya que hacer uso de este tipo de redes ni siquiera constituye un delito. Así pues, no estamos ante un caso de que los ciudadanos no luchen para que algo sea legal, sino que los ciudadanos ni siquiera luchan por una práctica totalmente legal y prefieren condenarla, mientras la llevan a cabo de tapadillo.

Hay una máxima que dice que una ley que convierte a la mayoría de los ciudadanos en delincuentes no es una ley bien hecha. Es probable que así sea, aunque no parece que los propios ciudadanos estemos de acuerdo en eso.