Aunque ellos se dan cuenta demasiado tarde, el mayor enemigo de los políticos se llama eufemismo. El infalible Partido Popular de Aznar y Rato empezó a perder la calle cuando calificó de "misión de paz" la guerra de Irak, cuando llamó "meros contactos" a su negociación con ETA o cuando tildó de "pequeños hilillos de plastilina" al volcán submarino que, un par de días después, alfombró de petróleo la costa de Galicia. Y Zapatero, por mucho que crucifique a Touriño, ha empezado a perder elecciones hace justo un año, cuando llamó "leve desaceleración" a la recesión que está enviando a un español al paro cada cuatro minutos.

Pero parece que esto de no llamar a las cosas por su nombre, de creer que el contribuyente es necesariamente corto de entendederas lo llevan tatuado en el genoma.

Algo parecido les sucede ahora con Caja Castilla La Mancha. Se trata de evitar la palabra "intervención" a toda costa para que los nostálgicos no lo asocien con Banesto y para que el impositor no monte en cólera en forma de retirada de ahorros. Por ello, a la intervención se le ha puesto el nombre de "fusión con Unicaja" y a "usar dinero público para tapar el agujero en CCM" prefiere llamársele "anticipos del Banco de España al Fondo de Garantía de Depósitos". Quizá Pedro Solbes y Miguel Ángel Fernández Ordóñez piensen que sumir el proceso en la nebulosa sea más indoloro, que el ciudadano, cuanto más ignorante, mejor. Pero demasiados ejemplos hay de que la realidad se suele terminar manifestando con toda su crudeza y todo su coste electoral.

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