Con la crisis del periodismo ocurre lo mismo que con la económica: es de carácter mundial, pero aquí tiene rasgos propios. Por si los males generales no bastaran -pérdida de lectores y anunciantes, irrupción de Internet-, los políticos han decidido infligir al periodista español la humillación añadida de impedirle preguntar. La práctica de convocar a la prensa sin admitir preguntas, antes reservada a acontecimientos de gran solemnidad institucional, se extiende sin que los medios sean capaces de plantarse. Anteayer lo hizo Trillo; en otras ocasiones han sido Rajoy, Zapatero, Camps, Sebastián, Rubalcaba... El etcétera crece por días.

La perorata ante los mudos crea la ilusión de que el afectado da la cara pero, en realidad, es un refinado mecanismo para difundir propaganda utilizando a los periodistas como figurantes idóneos, pues dotan a la escena de apariencia informativa, es decir, veraz. Ya decía Goebbels que la propaganda más eficaz es la que no se percibe como tal.

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