Cualquier persona que trabaje en un medio de comunicación lo sabe. En nuestro país hay varios mastodontes empresariales que son intocables. No se les puede juzgar en antena ni en papel. No se puede ironizar sobre ellos, no aceptan comentario crítico alguno sobre su marca ni sobre sus actitudes empresariales.

Estas grandes empresas ejercen su particular modelo de censura a través de los departamentos comerciales de los medios. Éste es quizá el principal tabú de nuestro país (y, supongo, de cualquier otro) del que nunca leerás ni oirás hablar en un medio privado. Se trata de grandes anunciantes, jugosas fuentes de ingresos que ningún periódico, ninguna radio, ninguna cadena de televisión puede permitirse el lujo de perder. Es la paradoja de la libertad de información en un sistema capitalista donde la información periodística (salvo en el caso de TVE) se hace posible gracias al dinero de empresas privadas.

La actual pandemia económica no sopla en favor de la libertad de información. Porque la crisis, tal y como los informes de OJD y de Sofres no cesan de recordarnos, está poniendo en jaque a todos los medios de comunicación. Y si a la crisis sumamos el actual cambio de paradigma informativo, con Internet como protagonista, la situación se torna desastrosa para las grandes redacciones y, por extensión, para la libre información.

Hoy por hoy la censura comercial es la más férrea en nuestros medios (algunos dirán que la única, aunque esto tampoco es cierto). Después de todo, la relación entre los medios de comunicación y sus anunciantes se limita al terreno de lo meramente económico. El hecho de que una de las empresas genere contenido resulta irrelevante… al menos, hasta que ese contenido empieza a afectar a la normal relación comercial entre ambas empresas.

Más en este excelente artículo de José Antonio Pérez.