La cara más amarga de la crisis abierta en Europa fue el movimiento táctico y oportunista de la mayoría de los mandatarios que se aprestaron a arropar a Sarkozy. Para ello contaron con la involuntaria colaboración de quien destapó el escándalo, la comisaria de Justicia y Derechos Fundamentales, Viviane Reding, quien comparó las expulsiones con las deportaciones de minorías por los nazis.

Los presidentes y primeros ministros del Consejo no desaprovecharon la oportunidad para desviar la atención de la cuestión fundamental, algo que hizo con especial énfasis Rodríguez Zapatero, sin tener en cuenta que Reding ya había pedido excusas la víspera. Es muy preocupante el espectáculo ofrecido por el español, como el de Angela Merkel, al equiparar el atropello que se está cometiendo contra cientos de gitanos con las declaraciones de la comisaria. Nadie osó criticar, en cambio, el exceso verbal del propio Sarkozy cuando desafió a Luxemburgo (país de la comisaria) a acoger allí a los gitanos. El respeto que reclamó Zapatero debió demandárselo en primer lugar al arrogante autor de esa provocación.

Ya se verá si la solidaridad gremial de los líderes con Sarkozy resulta eficaz. La deportación de gitanos iniciada por París ha generado un nivel de crítica sin precedentes mundialmente, Washington incluido, y ha provocado desencuentros con otros socios europeos, como Austria o Bulgaria. También merece los máximos reproches la connivencia demostrada ayer por un Gobierno como el español, que se dice socialista y atento a la ampliación de los derechos de los ciudadanos.

Más en esta dura crítica de El País a Zapatero por su connivencia y silencio ante la majadería propuesta de Sarkozy de que Luxemburgo acoja a los gitanos franceses.