Los hay que abandonaron ayer el epicentro del desastre en un ataque de pánico, viajando toda la noche para buscar el primer aeropuerto abierto y dejar el país cuanto antes. Otros han optado por trasladarse a zonas más seguras del oeste y norte del país. Algunos han acumulado provisiones y se niegan a salir de la habitación de su hotel, temerosos de ser contaminados.

Periodistas que seguían en Sendai intercambiaban anoche mensajes y llamadas, hubo reuniones y discusiones telefónicas con los jefes en Madrid, Londres o Nueva York para decidir si había llegado el momento de poner tierra de por medio. Richard Jones, un experimentado fotógrafo británico que vive en Japón, describía así el ambiente:

"Los hay que han entrado en un estado de histerismo, otros estamos razonablemente preocupados y alguno que ni se inmuta". Hay una regla no escrita a la hora de cubrir un desastre natural: no te quejes de tu situación, de no lavarte en días, dormir en cualquier sitio o interrumpir la crónica cada vez que una réplica del seísmo te mueve de la silla. Te rodean miles de personas que están mucho peor que tú, que han perdido seres queridos y no tienen hogar. Tú, después de todo, terminarás tu trabajo y te marcharás a casa.

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