"Yo soy el cobarde del metro"
En ese video viajan en metro un español, una ecuatoriana y un argentino. (Parece el principio de un chiste, pero no lo es.) Yo soy el argentino. O quizás en ese video vayan en un vagón una víctima, un verdugo y un cobarde. En ese caso, soy el cobarde. También es posible que en ese tren estén viajando tres animales muertos de miedo, oliendo a diferentes miedos. Pero eso no lo dice nadie.
Yo soy el que mira para otro lado, el que está sentado a la derecha y abajo de la imagen. Aparto la vista porque tengo terror de sobresalir, de cruzar la mirada, de chocar contra los ojos de la bestia. Hay una pregunta que no quiero escuchar en ese momento, en ese tren, a esa hora de la noche. La pregunta es: ‘Y tú qué miras’.
Soy argentino profundo, algún indio ranquel anda en mi sangre todavía. Y ese cuarto de sangre contaminada es suficiente para que aquí me pidan los papeles por la calle, o para que me peguen una paliza los leones. (...) Por eso yo no pongo nunca mis ojos en los ojos del león, ni en este video que recorre ahora el mundo ni tampoco antes, en otros vagones sin cámaras de vigilancia. Pero sobre todo en este video, yo no quiero que él me huela. Si no estoy atento a su merienda flamante, si sigo pastando ajeno, es posible que la bestia no descubra que soy un ciervo idéntico al que ya está devorando.
Antes de que el león subiera al tren, yo miraba con timidez a la chica. (...) Una de mis fantasías preferidas es salvar a la chica hermosa de un peligro, ser su héroe. Los tímidos no sabemos trabar conversación falsa (‘¿sabes si este tren tiene parada en Virreyes?’) ni entablar diálogo seductor (‘yo también he leído ese libro que estás leyendo’), entonces sólo nos queda la providencia improbable de un peligro.
(...)
Qué exagerado para los milagros resulta, a veces, Nuestro Señor Jesucristo. ¿No podía haber puesto una araña en la ventanilla de la niña guapa, una araña no muy grande que la llenase de pánico? Yo entonces sí habría saltado de mi asiento, habría dicho ‘no te preocupes’, habría enrollado mi periódico y, ¡zas!, habría acabado con el insecto como el príncipe valiente que siempre he querido ser.
El resto del relato en este blog, donde Hernán Casciari se pone en la piel del chico argentino que viajaba en el mismo vagón del metro de Barcelona donde la chica ecuatoriana fue agredida.
Fuente: Menéame.
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