Las elecciones del pasado 9 de marzo han tenido un efecto colateral sorprendente y muy gratificante: llevamos casi tres semanas con toda la primera división de la clase política casi muda, cauta, discreta.

Los dirigentes del PSOE, porque aspiran a un Ministerio o una Secretaría de Estado, o quieren no perderlo si ahora lo tienen. Temen que, con Zapatero, pase como con Guerra, que el se mueva no salga en la foto.

Los del PP, porque no sabrán hasta al lunes próximo quién sale, quién se queda y quién entra en el sanedrín de Mariano Rajoy. Se diría que hasta el propio Rajoy lleva unos días dudando si se va a nombrar algo a sí mismo o si va a tirar la toalla, como le piden sus tutores mediáticos.

Los de IU, ERC... ni os cuento.


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