A día de hoy vivimos unos momentos en que el bombardeo de noticias/curiosidades/comentarios acerca de la igualdad/paridad de sexos es tal que a algunas personas en ocasiones se le mezclan los criterios y ya no saben de parte de quién están. Podríamos pensar que esto que servidor define como 'mezcla de criterios' en realidad es una pura y beneficiosa 'pluralidad de ideas' (en todos sitios cuecen Gallardones), pero de verdad que en ocasiones nos encontramos con actitudes más que confusas.

Es el caso de Izaskun Moyúa, presidenta del Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde), quien presentó hace unos días la Guía del lenguaje para el ámbito educativo y Euskararen erabilera ez sexista (Utilización no sexista del euskera). En la presentación de estos dos manuales, nos encontramos con que Moyúa criticó el uso de la arroba (@) como método de alusión a los dos géneros. Uno se pregunta: y esto, ¿es bueno o malo? Pues hombre, depende las razones de Moyúa, que, aunque valoró muy positivamente este tipo de iniciativas en busca de la igualdad, considera que el uso de la arroba no hace sino confundir, estorbar y ser poco clara. Así, por ejemplo, ella ha leído en algún documento un texto que decía "transporte gratuito para nuestr@s alumn@s de la comarca" , algo que parecía dificultar la agilidad y comprensibilidad del texto, y proponía algo como "transporte gratuito para el alumnado de la comarca". El mismo problema encuentra esta mujer en uso de las barras para separar y aludir a ambos géneros (el/la alumno/a). Moyúa sólo ve viable la aparición de estas barras en textos que van a ser rellenados (impresos y demás), no leídos.

Hasta aquí todo perfecto, ya que Izaskun Moyúa parece reivindicar, ante todo, una elogiable claridad lectora. El problema viene cuando conocemos la segunda parte. Y es que hay varios puntos del discurso de la presidenta del Emakunde que no parecen tener mucho sentido. O, cuanto menos, no se ha parado el suficiente tiempo a reflexionar sobre ellos.

Un ejemplo: Moyúa denuncia, critica y tacha de machista que, al aludir a los dos géneros, se anteponga siempre el masculino. Me van a perdonar que peque de listillo, pero es que esta anteposición, que a esta señora le parece tan escandalosa, tiene una explicación la mar de sencilla, y para ello les voy a poner un ejemplo que, aunque demasiado simple, nos sirve perfectamente: llévense a un conocido a un almacén repleto de fruta y pregúntenles qué ven. Enseguida, su contertulio comenzará: "fresas, manzanas, peras, plátanos...". Podemos preguntarnos: ¿a qué se debe este orden? ¿por qué ha nombrado las frutas en ese orden? Podríamos pensar que nuestro estimado y altruista compañero ha optado por decirnos las frutas que ve en orden alfabético, lo cual, verdaderamente, habría tenido su gracia, pero no es ése el caso. El orden enumerativo de nuestro compañero se deberá a dos factores principales: la superioridad numérica de unas frutas respecto de otras y su cercanía a la vista. Es decir, nuestro acompañante irá diciendo primero las frutas que mayor representación tengan o que más cerca estén de su vista (estos dos criterios se irán alternando sin aparente lógica).

En el caso que nos ocupa pasa algo muy similar. Podrían decirme que hay veces en que nos referimos a personas que no tenemos delante en el momento de hablar (cuando, por ejemplo, nos referimos a los alumnos y las alumnas sin necesidad de que éstos estén delante), con lo que no podemos argumentar que decimos primero alumnos porque veamos primero a los alumnos. En estos casos, recurrimos a las fórmulas que, con el tiempo, y de forma espontánea, hemos ido creando los hablantes. Y es que todos sabemos que tradicionalmente era el hombre el que estaba más representado en los ámbitos sociales, motivo por el que tradicionalmente uno se refería a los alumnos, el frutero, los ganaderos... Ahora bien, llega un momento en que (para alegría de todos) la mujer comienza a cobrar un mayor protagonismo, pero nuestra mente, que es más pragmática que demandante de igualdad, alude a lo que está representado en mayor número, y es así como surgen los alumnos y las alumnas, el frutero y la frutera, los ganaderos y las ganaderas...

Como ven, el hecho de anteponer el masculino al femenino no tiene nada de machismo, sino que más bien está relacionado con un evidente pragmatismo lingüístico. Por suerte, con el tiempo, el subconsciente lingüístico de los hablantes no ha decidido verificar, en cada momento, qué género está mayor representado, sino que ha optado por referirse siempre primero al masculino. Podemos verlo como un vil y asqueroso machismo, pero tan sólo estamos hablando de pragmatismo y, sobre todo, simplificación.

Por otro lado, y ante el problema de las incómodas barras, Izaskun Moyúa, que, ante todo, parecía buscar la facilidad expresiva, expone que lo que se debería hacer es utilizar los dos géneros en el artículo pero sólo el segundo en el sustantivo (no escribir un alumno/a de cada clase, sino un o una alumna). A mí me van a perdonar, pero esto es como salir de Málaga y entrar en Malagón, ¿no?

En cualquier caso,y como decía al principio de esta entrada, la presidenta del Emakunde sigue teniendo algunas opiniones bastante acertadas, sobre todo, cuando, a fin de cuentas, reconoce que "el sexismo no está en la lengua, sino en la cabeza del que habla". Y es que echarle la culpa de algo a alguien que no se puede defender (en este caso la lengua) está muy feo, como ya hemos dicho alguna vez.

P.D.: Servidor creía que el uso de la arroba satisfacía a los demandantes de igualdad entre sexos, pero no es la primera vez que presencio un debate al hilo de este tema.

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