Va usted de noche por la calle, camino de su casa, y de súbito surge de la oscuridad un individuo que le apunta con una pistola. Pongamos que al asaltante le va lo clásico y que le espeta: “¡La bolsa o la vida!”. Usted, que prefiere la vida a la bolsa (es como lo de “¡Patria o muerte!”: no hay color) se saca la billetera del bolsillo y se la entrega.

El tipo se escapa con ella y usted, todavía con tembleque en las piernas, se dirige apesadumbrado a la comisaría más cercana para presentar la preceptiva denuncia. Y resulta que el comisario, cuando oye su relato de los hechos, le dice que no tiene más remedio que denunciar su comportamiento ante el juez de guardia, porque bien podría ser que lo que usted ha hecho constituya un delito de colaboración con la delincuencia. “¡No me negará que ha contribuido a financiar a un ladrón! ¡Gracias al dinero que le ha dado, ese individuo podrá subsistir y seguir cometiendo delitos!”, le reprocha. Y ordena que, de momento, lo recluyan en una celda. Con lo cual queda usted convertido en víctima por partida doble.

Más en este artículo de Javier Ortiz visto en el blog de Escolar.

Compartir: Agregar a Technorati Agregar a Del.icio.us Agregar a DiggIt! Agregar a Yahoo! Agregar a Google Agregar a Meneame Agregar a Furl Agregar a Reddit Agregar a Magnolia Agregar a Blinklist Agregar a Blogmarks