Lo de que el pez grande se come al chico es un hecho sociológico que todos conocemos. Lo que nunca se nos ha presentado de forma muy clara, aunque es tan cierto como lo anterior, es que el pez grande suele quejarse mucho más que el chico para conseguir, de este modo, seguir ampliando las diferencias.

Y esta situación la vemos en todos los ámbitos, no crean. Cuando hay crisis económica, parece que son los trabajadores los que se quejan, pero simplemente son los más vistosos: detrás de todos ellos, a hurtadillas, las empresas se quejan de forma mucho más privada y con acceso directo a los gobiernos para conseguir ayudas destinadas a paliar la crisis (aunque ese dinero, en ningún caso, vaya luego a parar a manos de los propios trabajadores). Decíamos antes que el pez grande se queja más que el chico, y es que el grande siempre se ve más amenazado cuando siente que su imperio de poder puede comenzar a tambalearse apenas un poquito. Si en el mundo dejan de venderse discos se queja algún artista y algún que otro pequeño sello discográfico, pero, sobre todo, se quejan las grandes multinacionales. Al pez grande en absoluto le conviene abandonar una posición evidentemente cómoda que la tradición le ha regalado. El hecho de ir bajando su status no sólo lo deja mermado en cuanto a su prestigio, sino que, además, le obliga a ponerse las pilas y trabajar, y de todos es sabido que el trabajo duro no es el modus operandi del pez grande.

En algunas ocasiones (y decimos en algunas ocasiones) las llamadas crisis no son sino revoluciones que, de forma clara, proclaman la llegada de un sistema más justo para todos, sobre todo para los chicos. Por ello, y cuando los peces grandes comienzan a verle las orejas al lobo, inician sistemáticamente una campaña de acoso y derribo consistente en decir que son ellos los acosados y derribados y son los demás los que pretenden asesinarlos sin motivo aparente y sólo conducidos por el odio y la envidia hacia el que tradicionalmente ha resultado vencedor. En estos casos es probable que el pez chico esté luchando (con mayor o menor violencia) por conseguir una situación que se ha ganado con el tiempo pero que la jerarquía del sistema siempre le ha impedido alcanzar.

Algo muy parecido pasa con el castellano, o el español, o como buenamente quieran llamarlo. Y es que sus hablantes se han dedicado durante siglos a ningunear la legitimidad e incluso la propia existencia de otras lenguas en el territorio nacional, y en el momento en que estas lenguas comienzan a recuperar su terreno, los hispanoparlantes radicales han iniciado una campaña para exponernos a todo el miedo aterrador que tienen de que los peces chicos, viscerales, miserables, dictadores y envidiosos, se unan para mandarlos a todos al carajo. Cierto es que los radicales hispanoparlantes tienen varios homónimos en otras lenguas cooficiales, y que la lucha de éstas últimas está siendo cada vez más violenta y menos legítima. Lo que en cualquier caso es evidente es que, mientras los no radicales son insultados y tachados de no-defensores de vaya usted a saber qué, ni la patronal (los hispanoparlantes radicales) ni el proletariado (los hablantes radicales de otras lenguas) se paran a buscar una solución justa y equitativa para todos.

Y quizá cabría preguntarse: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?

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