Con motivo de la justificada indignación y repugnancia que ha producido la excarcelación de De Juana Chaos (sin duda legal, aunque no por ello deje de causarnos a muchos íntima desazón), ha vuelto a discutirse sobre la conveniencia de recurrir a la cadena perpetua en caso de delitos especialmente atroces o de delincuentes declaradamente remisos a cualquier forma de enmienda. Es uno de esos debates intrínsecamente reaccionarios en el sentido literal del término (siempre expresan una 'reacción' visceral y atávica ante un suceso del presente), similar al felizmente olvidado de la pena de muerte (esperemos que los cariños olímpicos con Pekín no nos contagien ninguna nostalgia del verdugo, allí tan activo). Para alivio de algunos -entre los que desde luego me cuento-, todos los partidos, incluso los más conservadores, han rechazado esta medida punitiva, resistiéndose como es debido a las presiones de los 'hooligans' mediáticos que nunca faltan. Pero los más quisquillosos -entre los que también, ay, tengo que incluirme- no hemos dejado de sentir cierta inquietud al ver que el argumento generalmente utilizado para tal rechazo es la inconstitucionalidad intrínseca de la cadena perpetua... y ningún otro. Porque hay bastante más que decir, moral y políticamente, sobre este asunto.

Más en este artículo de Fernando Savater.

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