En todas las sociedades, la gente que manda se preocupa de llevar a cabo un proceso de normalización de cosas que no son normales. Por ejemplo, se ocupan de que la gente vea legítimas o incluso lógicas situaciones que no son sino verdaderas aberraciones. Por ejemplo, en España ya hemos conseguido que nadie vea peligroso no ponerse el cinturón, encenderse un cigarro en un bosque o quedarse con el dinero de una cartera perdida (benditas excepciones).

En el mundo actual, más aún en el occidental, los cenutrios políticos se han encargado muy sigilosamente de que no nos escandalicemos o veamos más o menos normales lo que en realidad son verdaderas atrocidades que nos deberían dar ganas de vomitar a cada segundo. Es increíble cómo, durante estos días, estamos viendo casas y vidas destrozadas en Georgia. Lo primero que hemos hecho al ver estas imágenes de la guerra (perdonen si me río por lo de 'guerra') ha sido preguntarnos "ah, pero, ¿es que éstos estaban mal entre ellos?". Poco después, tras ver que nadie nos explicaba en menos de 30 segundos qué es lo que estaba pasando, hemos decidido dejar de removernos la merienda con fotos asquerosas y establecer un poco de felicidad y alegría viendo los Juegos Olímpicos (qué paradoja, por cierto).

Lo de las guerras es muy curioso. Y es que habría que darle el Nobel de la artimañana al que consiguió disfrazar de táctica militar lo que en sí no es más que una barrabasada y una catetada cavernaria. Porque, por mucho que queramos vestir las guerras de tácticas militares o biológicas, y por mucho que intentemos apelar a la difícil estructuración de las intervenciones armadas, una guerra no es mucho más que liarse a darse hostias. No se diferencia absolutamente en nada de una pelea callejera, ni en el fondo ni en la forma. En el mundo civilizado (repito, en el mundo civilizado), cuando quieres putear a tu vecino lo haces de forma administrativa: le prohíbes la entrada a las zonas comunes, le dejas el coche aparcado delante... esto, a nivel internacional, se puede traducir en boicots administrativos, bloqueos comerciales... son medidas no muy aconsejables, pero más o menos civilizadas y legítimas. Lo que de ninguna manera se tolera es que una disputa de vecinos se solucione poniendo un ring y pegándose de hostias entre ellos. Y esa práctica prehistórica más propia del hombre de las cavernas que del hombre del siglo XXI, es exactamente la que se da en las guerras, y es increíble cómo han sabido engañarnos para que nos escandalicemos ante unas guerras y no ante otras. Dos ejemplos:

- Rusia invade y bombardea Georgia. Resultado: dos o tres horas de mediana conmoción ciudadana y fuera. Ahora bien, si dos adolescentes se dan de hostias en un parque, montamos un pifostio tremendo y le damos cancha a la noticia durante dos meses.

- Alguno pensará que si Rusia y Georgia están en guerra, la culpa la tendrán los gobernantes de ambos países. Efectivamente, en caso de haber culpables serían los políticos, que duermen tranquilamente mientras los georgianos ven cómo sus casas son destruidas. Pero tampoco nos preocupamos demasiado de las casas destrozadas; son los llamados efectos colaterales. No obstante, hace poco hemos visto en España otro efecto colateral, éste bastante menor, pero ante el que nos hemos llevado (y nos llevaremos) las manos a la cabeza.

Como verán, los dos casos de agresiones callejeras que hemos visto son muy pero que muy similares a las actuales guerras, algunas de las cuales nos las enseñan en la tele (pero sólo algunas). De modo que desde aquí animamos a todos los combatientes en las guerras a que, si van a seguir con su indiscriminada masacre, al menos lo hagan con un poco de dignidad: que se bajen de los aviones y de los tanques, se quiten las máscaras y se líen a cuchillazos o a balazos, pero cuerpo a cuerpo, no detrás de unas trincheras. Si seguimos haciendo guerras, que sean como las medievales, viendo los ojos a nuestra víctima o verdugo.

Si vamos a volver a Atapuerca y vamos matar a alguien, que por lo menos tengamos los cojones de hacerlo mirándolo a la cara. Todo lo demás son mariconadas.

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