Ayer murió en Madrid el poeta Leopoldo Alas tras una infección pulmonar que lo tenía ingresado desde hace un mes y medio. No voy a hablar mucho sobre este hombre, sino sobre una historia derivada. Y es que hace unos meses, dentro del Aula de Poesía que organiza la Facultad de Letras de Ciudad Real, pude disfrutar, como periodista, de un encuentro con Leopoldo Alas.

Quizá algunos sabréis que la tarea de la prensa local muchas veces es tremendamente incompleta. La falta de profesionales hace que un mismo periodista cubra en un día hasta tres actos con una alta posibilidad de que no tenga la menor idea del tema tratado en cada uno de ellos. De esto no se puede culpar a los periodistas, e incluso quizá tampoco a sus jefes; no obstante, lo que sí podemos pedirles a nuestros compañeros es que hagan su labor de un modo silencioso.

Más allá de las ruedas de prensa, donde el periodista es el único receptor del mensaje, nuestra labor en el resto de situaciones laborales ha de ser como la de los buenos gobiernos: discreta, que nadie se dé cuenta de que estás haciendo nada, pero eficiente a la larga. Les voy a proponer una máxima: si cuando ustedes van a un acto localizan enseguida al periodista que está cubriéndolo, algo falla. Esta máxima se magnifica aún más en todos los actos y eventos culturales, en los que el periodista ha de actuar de forma muy rápida, eficiente y silenciosa para que en ningún momento dificulte el desarrollo del acto.

Como digo, hace unos meses pude acudir a un acto con Leopoldo Alas. Como era a las 19:30 horas, los periodistas que andábamos por allí no íbamos a poder quedarnos mucho tiempo, de modo que lo que había que hacer era coger al poeta cinco minutos antes y hacerle unas preguntas antes de que comenzase el acto. Ese día estábamos pocos medios; apenas una televisión y yo, de modo que no nos iba a costar mucho poder hablar con Leopoldo Alas. En efecto, en cuanto lo vi aparecer le pregunté si nos podía atender y me dijo que ningún problema, ya que aún quedaban algo más de cinco minutos para que empezase el acto y apenas había llegado público todavía.

Tras la aceptación del poeta, moví la cabeza buscando a la compañera de la televisión, a la que no encontraba ni muerta ni viva. Fue su compañero cámara el que la vio a lo lejos hablando por el móvil y le hizo una señal para que viniese, a la que ella contestó con otra señal de que ya venía. Sin embargo, tardó no menos de dos minutos en apenas empezar a moverse del sitio en el que estaba y venir hacia nosotros, ante la mirada despistada de Leopoldo Alas, que estaba esperando para atendernos. La compañera empezó lentamente a acercarse mientras iba llegando más público a la sala. Observamos que la conversación que estaba teniendo por el móvil era en un tono bastante distendido, como si estuviese hablando con una amiga. Es decir, una conversación totalmente prescindible, máxime cuando tienes a gente esperándote.

Por fin llegó hasta donde estábamos nosotros. Su compañero preparó la cámara, yo mi grabadora... pero la nena seguía hablando por el móvil. La conversación era algo parecido a lo siguiente:

- Ya, pero si es que ya sabes cómo es, que siempre está gastando bromas. Bueno, yo el otro día estuve con él y con unos amigos y me lo pasé bomba!

(Leopoldo Alas empieza a mirar para los lados; echa un ojo a la sala, que está ya llena y con el público esperando. Nuestra amiga sigue hablando)

- Bueno, ¿y hoy qué? Yo paso de hacer botellón, ¿eh? Que hace un frío que te cagas y paso de estar helada.

(En ese momento, los dos profesores que van a presentar el encuentro le dicen a Leopoldo Alas que si empiezan ya o qué, a lo que el poeta responde con una cara bastante molesta mientras nos señala a los periodistas. En apenas dos metros estamos Leopoldo Alas, el cámara, nuestra amiga y yo; todos mirándola y ella hablando sin ningún tipo de problema. El compañero cámara le hace una señal para que corte)

- Bueno, guapetona, que te dejo, que ya estoy... ya va a empezar... el... la cosa ésta

(Es entonces cuando Leopoldo Alas pone cara de Woody Allen al comprobar que la periodista no sabe ni a qué ha ido; y no sólo eso, que es medianamente comprensible, sino que además no tiene ningún problema en disimularlo y faltarle al respeto al invitado. Servidor se harta y empieza a hacerle preguntas. Nuestra alegre jornalera me mira con cara de perro, ya que en un periódico no es necesario tener las declaraciones grabadas, pero las teles sí que lo necesitan y ella aún no ha preparado su micro. Además, a ella seguramente sólo le interesen unas declaraciones que resuman lo que va a ser el acto, pero esas declaraciones ya las he pedido yo, así que tendrá que esperarse a que su micrófono grabe la siguiente pregunta. A servidor le dieron ganas de no hacer más preguntas para joderle el asunto a la otra, pero, por suerte, yo sí había tenido tiempo de prepararme mis preguntas y no me apetecía callármelas, por muy seductora que fuese la tentación) (A todo esto, el público ya ha empezado a mirar para atrás y comienza a estar pendiente de los periodistas para ver cuándo vamos a acabar y vamos a dejar libre al poeta. Servidor decide parar a la tercera pregunta porque el público, los profesores que organizaban el acto y el propio Leopoldo Alas ya estaban visiblemente molestos por tener que retrasarlo todo por nuestra culpa)

Desde entonces, servidor está pensando en recoger firmas o crear una plataforma que nos impida a los periodistas el acceso a los actos culturales o cualquier otro tipo de evento para cuya asistencia se requiera un mínimo de sensibilidad.

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