La Ley de Memoria Histórica tiene como objeto resarcir, en la medida en que hoy sea posible, a las víctimas del franquismo. Pero, además, es un instrumento con el que la izquierda pretende sacarle los colores a la derecha. Se trata de que su renuencia a apoyarla pruebe que, de algún modo, sigue siendo franquista. Algunos personajes destacados de la derecha española contribuyen a hacer verosímil el equívoco. Son los que, cuando se habla de franquismo, se colocan a la defensiva como si tuvieran la obligación de elegir entre renegar del régimen o mostrarse identificados con él.

De esta forma, la izquierda ha conseguido que la opinión pública perciba que un sector de la derecha está infectada de franquismo, lo que a su vez la deslegitima como opción de Gobierno ante al electorado más voluble. Esta operación de intoxicación ha sido posible porque la izquierda ha impuesto una premisa falsa: que el régimen de Franco fue el fruto de un golpe de Estado contra un régimen democrático legítimo y que todos, derecha e izquierda, deberían repudiar a aquél y sentirse cómplices de éste como buenos demócratas. Como la derecha no lo hace, resulta sospechosa.

Sin embargo, nadie entre los políticos del PP y sus votantes siente el más mínimo deseo de implantar en España nada parecido a lo que fue el franquismo. ¿Entonces? ¿Por qué ese rechazo a condenarlo? ¿No será que la gente de derechas, se siente, después de todo, franquista? Nada de eso. A lo que se resiste la derecha no es a renegar del franquismo, sino a reconocer a la Segunda República, que el franquismo derrotó, como la democracia que no fue.

Más en este artículo de Emilio Campmany que podrá hacer cualquier cosa menos dejar indiferente.

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