El otro día leía un artículo muy interesante de Juan Varela titulado Los dueños del ladrillo no salvan los diarios, en el que se hacía referencia a la forma en que la crisis de los medios de comunicación es directamente proporcional a la de la construcción.

A día de hoy estamos asistiendo a bancarrotas tan ruinosas como la de Tribune y Times Mirror. Y es que los constructores son los editores de prensa del siglo XXI. Todos conocemos muchos ejemplos de constructores (ejem ejem) que se hacen con la mayoría de acciones de un medio de comunicación para dirigirlo a su antojo. Y si caen unos, caen los otros; si se produce una explosión de la burbuja inmobiliaria, los medios de comunicación corren el riesgo de caer -de nuevo- heridos de muerte.

Mucha gente se pregunta por qué hay empresarios que se hacen con el control económico de muchos medios de comunicación, cuando de sobra es sabido que un negocio como la prensa nunca ha resultado rentable, sobre todo si hablamos de medios provinciales y locales, que tienen que sobrevivir con el dinero que le dan en publicidad las instituciones públicas (ayuntamientos, diputaciones, Comunidades Autónomas...). Si no fuera por estas 'ayudas', los medios (y los periódicos, más concretamente) no podrían continuar adelante, ya que el balance entre los gastos originados y las cuatro perras recaudadas con las ventas y la publicidad no compensan ni dan beneficios.

Pero entonces, ¿por qué se meten ahí los empresarios y, más concretamente, los constructores? Bueno, a decir verdad, antes decíamos que tener un medio de comunicación no resulta rentable, pero ésa es una verdad a medias si sólo tenemos en cuenta los balances de beneficios obtenidos de forma directa, desde el medio de comunicación como empresa. Hay otros factores que pueden influir en que la cosa resulte muy pero que muy positiva.

Pongamos un ejemplo extremadamente hipotético y que se me acaba de venir a la cabeza: supongamos que un empresario fija su mirada en una mediana ciudad española y quiere construir allí miles de pisos, levantar decenas de empresas, decenas de proyectos, complejos entramados urbanísticos... en definitiva, nuestro amigo quiere convertirse en el jefe de la ciudad desde la sombra. Pero nuestro amigo tiene un problema, y es que un poco más allá de esa ciudad tiene alguna que otra cuenta pendiente con la ley, y si la gente se entera de eso, puede que su popularidad se venga abajo y ninguno de sus proyectos llegue a realizarse. Ahora bien, supongamos que nuestro amigo se pregunta de qué manera puede hacer que nadie -o casi nadie- se entere de la ropa sucia que tiende fuera. ¡Eureka! Nuestro amigo opta por hacerse con la gran parte del accionariado de muchos de los medios de comunicación de esa ciudad, a los que impone el silencio más absoluto para que no permitan que las noticias que salen publicadas en otros medios fuera de sus fronteras se publiquen aquí (y es que la estructura opaca de un bloque de ladrillos es muy similar a la de un medio de comunicación). Supongamos que fruto de esta inteligente maniobra, el pueblo campechano tiene a nuestro amigo en buena estima y, desconociendo los chanchullos varios que le rodean, lo alzan y permiten que lleve a cabo todos esos proyectos que harán que se forre y que gane un dinero que nuestro amigo no habría ganado si no se hubiese hecho con el control de la información.

Ahora parece que comprar un medio de comunicación empieza a ser más rentable, ¿verdad?

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