Dr. Jekyll
La teoría de la sección natural de Darwin no podría venir más al caso estos días, en los que se habla minuto sí minuto también de la crisis económica que a tooooodos acecha. Esto de señalar a todos los ciudadanos como víctimas de la crisis no deja de ser un interesado malabar para intentar hacernos creer que estamos todos al mismo nivel, cuando ni de lejos es así.

De entrada habría que separar a los que contratan trabajo de los que lo aportan. Es evidente que los dos no están en la misma jerarquía, y que la crisis de los primeros deriva en la de los segundos. Incluir la subida de los precios en los factores de la crisis es un insulto al sentido común, ya que el IPC no ha dejado de subir desde que tengo uso de razón. Un estado de crisis como el actual viene derivado, en gran parte, de las pajas mentales que en su momento se hicieron algunos empresarios; unas pajas mentales de las que hicieron cómplices a sus empleados; unas pajas mentales cuyo fracaso ha dado lugar a la palabra más famosa de los últimos años: ERE. Quizá habría que diferenciar dos conceptos muy diferentes pero que a menudo se confunden: propiedad y pertenencia. Sólo así nos daremos cuenta de que la crisis es de los grandes empresarios, pero la sufren -sobre todo- los ciudadanos de a pie. Sólo así nos daremos cuenta de que no todos somos iguales.

Sin embargo, la selección natural tiene mucho de justicia poética, y quiero pensar que los próximos tiempos serán positivos atendiendo a esta justicia poética. El concepto de empresario ha cambiado mucho últimamente. En su momento, el empresario era aquella persona con un creciente ingenio y un carácter innovador y emprendedor sin precedentes. El empresario tenía ideas brillantes, fruto de una mente privilegiada, y tenía el instinto para ver posibilidades donde a nadie se le habría ocurrido siquiera buscar. El empresario, por desgracia, tenía mucho más ingenio que dinero, con lo que hipotecaba media vida y miles de horas de sueño para que su iniciativa llegase a un sitio digno. El horizonte de espectativas era un concepto nulo por aquel entonces. El empresario no confiaba en que todo saliese bien; el empresario trabajaba para que todo saliese bien.

Sin embargo, llegó un momento en que el concepto de empresario se desvirtuó hasta un punto deplorable. El empresario ya no era una persona ingeniosa, ni emprendedora, ni mucho menos innovadora. El empresario pasó a ser un señor que invertía indecentes cantidades de dinero en negocios cuyo éxito estaba más que asegurado. El empresario ya no arriesgaba, sino que copiaba ideas de otros y en ellas invertía el triple de dinero y recurría a todo tipo de influencias para pisotear al que osase toserle. Un concepto tan bonito como el del empresario innovador se convirtió en la imagen viva de un adinerado de tres al cuarto que hacía cada vez más y más dinero sin ningún tipo de ingenio y empleando estrategias totalmente abusivas. Y a todos nos encantó aquello y, en mayor o menor medida, jugamos a ser un pequeño empresario invirtiendo dinero en lo fácil.

Sin embargo, esos tiempos ya han pasado. Estamos en un momento en que todas las burbujas, al fin, han explotado, y ya no hay forma de hacer dinero fácil. En breve, los antiguos caciques asfaltarán sus cenizas y el ingenio volverá a florecer: el concepto de empresario se dignificará de nuevo y exigirá de un talento y un instinto del que muy pocos podrán presumir. Todos dejaremos de jugar a ser empresarios y le dejaremos el sitio a los que de verdad valen. A los que tienen talento.

La selección natural de Darwin deja a cada uno en su lugar.

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