Resaca electoral en el País Vasco y en Galicia, donde las cosas pintan muy pero que muy distintas.

Y es que en Galicia estaba claro: si el PP conseguía 38 escaños, gobernaba; y si no, a Parla. Y no había más tu tía. Así de sencillo -por suerte- era el panorama gallego, ya que si Feijóo no conseguía mayoría absoluta, habría bipartito PSdeG-BNG, algo que todos los votantes conocían de antemano.

Sin embargo, en el País Vasco la cosa es muy, pero que muy distinta. Juan José Ibarretexe ganaba las elecciones con cierta holgura, con 30 escaños, uno más que en 2005, y sacándole 6 a Patxi López, medalla de plata. Bastante más atrás quedaba el 'popular' Basagoiti, que perdía dos escaños desde 2005 y se quedaba con 13. La verdad es que, dejando a un lado el ascenso de Patxi López, la situación no es muy diferente a la de otros años, cuando Ibarretxe ha ganado las elecciones pero ha necesitado de coaliciones para gobernar. Sin embargo, en esta ocasión los aliados del PNV han pegado un bajonazo increíble, sobre todo EA, que se ha quedado en dos tristes escaños, y cuya mayoría de votos ha pasado al PSE.

Así, nos encontramos en una situación en la que el próximo lehendekari vasco, casi con toda seguridad, será Patxi López, ya que PSE y PP formarán Gobierno en coalición. ¡PSE y PP! ¡Quién lo iba a decir! ¿Pero éstos no eran enemigos acérrimos? Sí hombre, sí, a mí no me engañan; ¡si éstos son los que se tiran los trastos a la cabeza todas las semanas!

Es curioso esto de las alianzas políticas. En primer lugar, por el hecho de que el partido que gana no es el que gobierna, y esto ya debería hacernos reflexionar. Es un viejo debate el de si el que gobierna debe ser el que más votos tenga, aunque este debate siempre lo acaba planteando el que no ha conseguido aliarse con nadie. Además, los propios partidos han acabado aceptando esta realidad. Los grandes, para guardarse las espaldas en caso de necesitar apoyos; y los pequeños, para poder meter el hocico en un Gobierno en el que no entrarían ni de coña si de sus votos dependiese.

Pero no nos engañemos. La unión hace la fuerza, pero la fuerza no convence, por mucha fuerza que tenga. Intentar convencer a la gente a hostias nunca fue una buena idea. Esto de las alianzas políticas constituye, la mayoría de las veces, una tropelía inaceptable. Y cuando es el partido que gana el que recurre a los pequeños para gobernar, todavía podría aceptarse. Lo que constituye un fracaso democrático es que se alíen el segundo y tercer partido -a la sazón, los perdedores- para ganar al primero. Y si encima ese segundo y tercer partido son enemigos acérrimos, ya no estamos ante un fracaso democrático, sino ante un timo manifiesto.

Me gustaría saber qué le parece a un votante del PSE que su partido se alíe con el PP, y viceversa. Pero, sobre todo, me encantaría hacerle esta pregunta a Patxi López y a Basagoiti. Claro, podemos inventarnos un discursito ficticio y decir que es mejor limar asperezas y unir fuerzas con tal de evitar que el nacionalismo se instale en Ajuria Enea, pero todos sabemos que ese discurso es una patraña que no hay Cristo que se la crea. Sinceramente, no me gustaría estar en la piel de los vascos, que durante los próximos cuatro años tendrán que sufrir y soportar un Gobierno conjunto de dos partidos que se odian a muerte y que van a emplear más tiempo en ponerse a parir que en otra cosa. Además, con este tipo de actuaciones, los políticos se quitan definitivamente la máscara y nos demuestran que en realidad la opinión de los ciudadanos les importa tres pimientos y que harán cualquier cosa -cualquier cosa- con tal de apotronarse en el poder.

Por otra parte, eso aliarte con tu mayor enemigo con tal de instalarte en un silloncejo que sabes que no te has ganado sólo tiene un nombre: trepa.

Así las cosas, y aunque he de reconocer que agradeceré no ver más a Ibarretxe en la tele, lo cierto es que en el País Vasco no gobernará el partido (PNV) ni la opción política (nacionalismo) que han votado sus ciudadanos, sino un apestoso híbrido que -mucho me temo- acabará por contaminar aún más una región cada vez más desunida por culpa no de sus habitantes, sino de sus partidos políticos.