Está claro que la crisis nos ha permitido ver el cambio que ha habido en los últimos años en el modelo de empresario.

Antes, el empresario medio era aquel pobrecito que pedía un mínimo crédito en el banco para llevar a cabo una idea en la que creían él y su mujer (ella creía en el proyecto por no hacerle el feo, mayormente). Éste trabajaba por el día, trabajaba por la noche y dormía en ratos sueltos para que no se le escapase ningún tipo de previsión y para asegurarse de que su idea no lo mandaría a vivir debajo de un puente al día siguiente. No obstante, la idea de este empresario era inédita, a nadie se le había ocurrido hasta entonces, e incluso la idea era buena, con lo que su proyecto -por lo general- acababa terminando bien gracias a su talento y a su constante trabajo.

Pero, en los últimos años, el empresario ha venido siendo el hijo del empresario medio del anterior ejemplo. Este hijo, que ha heredado de su padre un negocio que marchaba viento en popa, se ha dedicado a mantenerlo por pura inercia y a coger los pocos beneficios e invertirlos en otros asuntos en los que estaba metido todo el mundo y cuya rentabilidad estaba más que asegurada. A este empresario rara vez lo veremos trabajando, rara vez lo veremos investigando los nuevos modelos de negocio y de gestión del mercado, rara vez lo veremos guardando previsiones provisiones económicas por si acaso llega la tormenta. Ahora bien, sí que lo veremos en los partidos de fútbol, haciéndose fotos con los gobernantes o incluso adentrándose en la carrera política. A este empresario sólo le veremos ponerse las gafas para firmar papelajos, mientras que su padre vivía inundado en dioptrías.

La diferencia básica entre los empresarios de antes y los de ahora es el carácter emprendedor de los primeros y la falta de este carácter emprendedor por parte de los segundos. Los primeros eran unos emprendedores que nos sorprendían con ideas originales y novedosas, mientras que los segundos no se atreverían ni a vender Natillas sueltas si antes no lo ha hecho ya alguien y le ha ido bien. Otra diferencia básica entre los primeros y los segundos es que los primeros, aun cuando las cosas iban bien, preveían que en algún momento podría ir mal y se preparaban por si las moscas, mientras que los segundos no sólo no se preocupan por ello, sino que, de hecho, hacen que sus empresas vivan por encima de sus propias posibilidades, siempre al borde del abismo. Y claro, así nos luce luego el pelo.

El Aeropuerto de Ciudad Real va a comenzar a despedir a entre el 10 y el 20% de su plantilla a partir de hoy, apenas seis meses después de que el proyecto echase a andar. Muchos me habéis criticado cuando he dicho que el Aeropuerto no es rentable y me habéis dicho que una gran empresa no puede ser rentable desde el primer día. Y no puedo estar más de acuerdo con vosotros. Es de locos pensar que una gran empresa comenzará a ser rentable desde el principio. Hace poco decía Nacho Escolar que el periódico Público no era rentable, pero que no se había dado la voz de alarma, ya que sus empresarios no habían previsto que el diario fuese ya rentable y diese beneficios económicos. Cuando tienes una empresa grande (y te dedicas a gritar diecisiete veces al día y a los cuatro vientos lo grandísima que es tu empresa) tienes que dar por hecho que los beneficios no llegarán inmediatamente, y que tendrás que concederte un plazo medio para que esos bolsillos sedientos de billetes empiecen a calmar su sed. Por eso precisamente son menos entendibles los despidos en el Aeropuerto.

Pero claro, otra cosa es si somos empresarios acostumbrados a que nuestros negocios den beneficios desde antes de cortar la cinta inaugural y nos pensamos que todo el monte es orégano. Y cuando nos damos cuenta de que no lo es, nos ponemos nerviosetes y empezamos a despachar a la gente.

Hace un tiempo leí en este blog un comentario que decía que los empresarios del Aeropuerto de Ciudad Real se habían pensado que abrir un aeropuerto era como abrir un Burger King.

Y es, sin duda, la mejor frase que he escuchado en mucho tiempo.

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P.D.: Esperemos que la crisis nos traiga a una nueva generación de empresarios (los hijos de los segundos) que tiren de talento, ingenio y originalidad. Aunque en la viña del Señor hay sitios para todos, así que seguro que aún le podemos hacer un hueco a sus padres para que nos iluminen con su infinita sabiduría y sus sagaces estrategias empresariales.