La crisis nos está dejando últimamente varias situaciones que están creando polémica. El último ejemplo es el del Real Madrid, al que Caja Madrid ha concedido un crédito de 70 millones de euros para fichar a Cristiano Ronaldo. Antes de eso ya conocimos los famosos planes de rescate para los bancos y para las empresas.

Esto no sienta demasiado bien a la generalidad de la gente, que considera que este tipo de 'rescates' no hacen sino promulgar y premiar unos comportamientos muy perjudiciales y de los que ya tendríamos que haber escarmentado. "Los que nos han metido en esta crisis son los primeros que van a salir de ella", dice mucha gente. Y tienen toda la razón.

Sin embargo, en este reparto de responsabilidades no estaría mal que procurásemos hilar un poco más fino y le diésemos al César lo que es del César y al ciudadano lo que es del ciudadano. No seré yo al que se le ocurra restar culpa de la situación actual a muchos grandes empresarios, pero los ciudadanitos de a pie también tenemos una parte de responsabilidad que parecemos querer eludir.

Muchos de los que hoy se quejan de la crisis y de sus consecuencias, en su momento optaron por comprarse una vivienda realmente alejada de sus posibilidades. Pero no se quedó ahí la cosa, ya que a lo mejor para poder pagar esa casa invirtió en otros asuntos. También está el que compró un día una casa, vio que el mercado inmobiliario era lo que estaba dando dinero, se sintió un gurú de la economía y decidió comprar una nueva vivienda para forrarse alquilándola. El que cambiaba de coche cada dos años, el que invertía unos ahorrillos en bolsa sin tener ni idea, el que compaginaba cuatro préstamos a la vez... A todos nos gustó jugar a ser ricos, pero para ello teníamos que empeñarnos hasta las cejas y apostar un dinero que ni siquiera teníamos. A muchos nos gustó sentirnos especuladores por un tiempo, y ver cómo ahora eran otros los que tenían que pagarnos facturas a nosotros, y no al revés. Nos encantó esa pequeña sensación de poder y de estar por encima de alguien, de tener más que el vecino y de poder presumir de ello. Aunque estuviésemos jugando con un dinero ficticio e inexistente.

Tanto las grandes empresas como los ciudadanos individuales se enfrascaron en su momento en grandísimas deudas en las que volaba un dinero que ni existía ni se sabía de dónde había salido. Así, en cuanto una de las fichas se cayó, el dominó entero se fue a la mierda, con el dinero de unos y con el de otros.

La diferencia es que algunos de los que perdieron esos dinerales son empresarios y saben diseñar estrategias mercantiles para recuperarlo. Los que no tenemos ni idea de economía y nos dio por apostar a la burbuja eternamente ganadora somos los que nos quejamos de lo que está pasando ahora.

Pero es que para jugar al Monopoly no sólo hay que tener dinero. También hay que saber jugar.