A falta de tantas otras virtudes, España se caracterizó casi siempre por ser un país con cierto sentido del humor. No con tanto como Italia o -a su manera- Inglaterra, pero casi. Aquí nunca se dejó de bromear, ni de exagerar, que es una de las formas clásicas de bromear. Y la mayoría de la población distinguía perfectamente ese registro y lo comprendía y participaba de él. Yo viví mis primeros veinticuatro años bajo el franquismo, régimen tan serio como ridículo y nada dado a la guasa. Pero no por eso la ciudadanía dejó de expresarse con zumba en privado y de hacer chistes sobre lo habido y por haber, empezando por el propio Franco y terminando por la severísima y privilegiada Iglesia Católica, tan afín a él y a su represión. Es sorprendente, así pues, que en esta época mucho más afortunada y menos sombría esté proliferando un tipo de español solemne, envarado, ceñudo, poseído de su rectitud, que no sólo no tolera una chanza ni una exageración, sino que parece incapaz de detectarlas. Un individuo que se toma todo a pecho y al pie de la letra, dificultando así, cada vez más, la aparición de la sal de la lengua, su chispa y su gracia. Los columnistas lo sabemos bien: ojo con la ironía, no digamos con el sarcasmo y la hipérbole, porque abundan los lectores que no captan esos tonos, que todo lo entienden en su más estricta literalidad, y que, para nuestro pasmo, pueden acusarnos de defender lo que atacábamos o de atacar lo que defendíamos, si para hacerlo no hemos sido puerilmente frontales y hemos hecho uso de ese viejísimo recurso de la ironía.

A raíz de las muy serias y franquistas declaraciones del actor Guillermo Toledo sobre la muerte del disidente cubano Zapata (franquistas porque son calcadas de las de los portavoces del franquismo en su día, que calificaban de "delincuentes comunes" o "terroristas" a los disidentes políticos, o los acusaban de servir a conspiraciones extranjeras, entonces orquestadas desde Moscú), se han resucitado, como si fueran un precedente, las indudables bromas y exageraciones de Juan Benet en un artículo de 1976 que escribió contra Solzhenitsyn, famoso disidente que había padecido años de cautiverio en el gulag soviético y que, quizá más por eso que por su talento novelístico, había recibido el Premio Nobel. Benet manifestó su mala opinión literaria de este autor, y además vino a decir que era un plasta, un Pepito Grillo y un santón disfrazado de tal.

Más en este curioso artículo de Javier Marías en El País.