"La huelga general es una gran putada". Estas palabras no son de Zapatero, ni de un gran empresario, ni de un trabajador acojonado por un posible despido si secunda la huelga, ni de un barrendero que tenga que limpiar ese día todos los panfletos sindicalistas que caigan al suelo, ni de alguien que tema por que la huelga pueda mermar los servicios diarios. Las palabras son nada más y nada menos que del secretario general de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo.

Hace unos meses, por aquí aplaudíamos (al fin) la aparente valentía de los sindicatos, que, después de casi un año de vacilaciones, se animaban a convocar una huelga general pese al rotundo fracaso de la de los funcionarios. Parecía que, de una vez por todas, los sindicatos dejaban de ejercer como comparsas del Gobierno e iban a rescatar su espíritu de lucha sindicalista para salir a las calles y protestar por el angustioso estado laboral de nuestro país. Parecía que de una vez por todas el movimiento en favor de los trabajadores iba a despertar de su letargo para cumplir con un mínimo de dignidad con sus obligaciones.

Pero hete aquí que, una vez llegado septiembre, y con la huelga general a la vuelta de la esquina, Toxo ya le está viendo las orejas al lobo y parece que la huelga, en vez de ser una legítima y provechosa acción de protesta en el terreno laboral, ha pasado a ser "una gran putada".

En tiempos de bonanza sería medianamente esperable que un sindicato relaje su tono y evite unas acciones que serían inevitables en caso de que llegasen las vacas flacas. Lo malo es que en este país parece ocurrir lo contrario: y es que da la sensación de que los sindicatos se mueven ahora incluso menos que cuando no había crisis.

Quizá alguien debería darles unas lecciones prácticas y recordarles algunos conceptos básicos sobre el sindicalismo y la lucha en defensa de los trabajadores. Está claro que los que están ahora mismo no tienen ni idea. O lo que es peor: claro que tienen idea; lo que no tienen es... lo que hay que tener: un poquito de sangre en las venas.

Así que por mí ya se pueden ir marchando. Y si no se quieren marchar, mejor para ellos, pero seremos muchos los que en la puerta de nuestro trabajo colgaremos un cartel que diga:

'Se buscan sindicalistas (de verdad)'