Off the record, muchos de los profesionales a entrevistados reconocen haber ido a veces “demasiado lejos”. Los hay que incluso sienten vergüenza y quienes justifican su trabajo porque “no hay nada más ético que dar de comer a tus hijos”. Pocos hablan abiertamente y quienes lo hacen, omiten su identidad porque su testimonio puede costarles el puesto de trabajo. “Yo he estado quince años trabajando en programas de testimonios -cuenta un veterano redactor-, íbamos a sitios tan marginales para conseguir personajes tan casposos que llegó a afectarme física y psíquicamente. Algunas veces he terminado vomitando en las aceras. Eran tales los antros en los que nos metíamos para buscar a esa gente que llegué a enfermar. Terminé dejando mi puesto de trabajo pero ahora, sigo trabajando como periodista y si puedo jamás volveré a este tipo de programas”.

Una de las productoras que trabajaba en Crónicas Marcianas nos relata lo duro que era ver sobre todo “cómo se reían de la gente”. “A mí, lo que me sucede es que cuando los personajes tienen éxito, como terminas viéndoles y hablando con ellos cada dos por tres, por un lado les coges cariño, y por otro, les ves sucumbir como juguetes rotos.¿Recordáis a Tamara Seisdedos y su No cambié?. Eran personajes casposos, sí, pero realmente ella se creía que cantaba bien, estaba convencida de su belleza y en el fondo, a mí todo me parecía tristísimo”.

“A mí, pena ninguna” – apunta uno de los cámaras de Esta noche cruzamos el Mississippi, trabajó años con Pepe Navarro y hoy es free lance – cree que “quien sale en la tele es porque quiere, ellos cobran dinero y eso tiene un coste, lo que no pueden hacer es que cuando me conviene cobro y salgo, y cuando no, nada. Una vez que entran en el juego es muy difícil salir y quien entra lo hace asumiendo riesgos como en toda inversión”.

Más en Vanitatis.