Supongo que a estas alturas, casi todos ya sabréis que Álex de la Iglesia dimitirá como presidente de la Academia de Cine después de la Gala de Los Goya por su rechazo tanto a la ley Sinde como a los cauces que están permitiendo que esta ley salga adelante.

Esta decisión pilla de sorpresa a todos, aunque de un modo u otro se podía intuir, tanto por las declaraciones del propio director en Twitter como por su actitud desde que la llamada ley Sinde empezase a atravesar los cauces políticos pertinentes para su aprobación. Es más: ya fue dejando detalles cuando estrenó su cargo como presidente de la Academia, reconociendo que se bajaba películas de internet y empleando un discurso que se alejaba bastante de las palabras condenatorias de muchos compañeros de la industria del cine y de la música.

Este discurso de acercar posturas -y, sobre todo, de escuchar a los demás antes de empezar a gritar- ha sido mantenido a lo largo de las discusiones sobre la ley Sinde. Álex de la Iglesia ha hablado con unos, ha hablado con otros, ha charlado en Twitter con todo el que se le ponía por delante, ha convocado reuniones para acercar posturas... Y ésa ha sido su mayor virtud: no saberse en posesión de La Verdad Absoluta: "Es cómodo hablar con los que te siguen la corriente: te reafirmas en tus ideas, te sientes parte de un grupo, protegido, frente al resto de locos que se equivocan. Por vez primera, aprendí que dialogar con personas que te llevan la contraria es mucho más interesante. Puede resultar incómodo al principio, sobre todo si eres soberbio, como yo. Pero cuando aprendes a encajar, la cosa fluye, y las ideas entran. En este país cambiar de opinión es el mayor de los pecados. Creo que tenemos instalado el chip de la intransigencia desde hace tiempo".

Es probable que esta no haya sido bien vista por parte de sus compañeros de profesión. De hecho, nada ni nadie le obligaba a pretender reunirse con todo el mundo, ya que él no es juez, sino parte. Estaba haciendo un trabajo que no le correspondía precisamente a él, pero él hizo lo que creía conveniente.

Lo malo es que las buenas intenciones no siempre se ven correspondidas. Y mientras Álex de la Iglesia se dejaba literalmente los cuernos en hablar con medio país e intentar ser dialogante, los partidos políticos -que son los que realmente tendrían que haber dialogado- se encerraban para dar salida a una ley tan dictatorial como absurda. El PSOE se vendió desde el principio a los intereses de los lobbys cercanos, mientras que el PP, cuya oposición a la ley Sinde nunca fue creíble, se dedicaba a meter estiércol en el campo más que a otra cosa. Ya lo decía ayer Álex de la Iglesia: "El PP ha enfangado una cosa de por sí enfangada. Qué desastre".

La cuestión es que la ley Sinde al final va a salir adelante gracias a un pacto entre PSOE, PP y CIU. Entonces, ¿de qué han valido las manifestaciones y protestas en internet? ¿De qué han servido los esfuerzos por acercar posturas? ¿De qué ha valido el terrible trabajo de Álex de la Iglesia por buscar una solución? La solución a todas las preguntas es la misma: absolutamente de nada. En ese caso, la dimisión de Álex de la Iglesia no sólo le honra, sino que además le sube a los peldaños de la dignidad y la coherencia.

Sin embargo, la dimisión de Álex de la Iglesia es una triste, tristísima noticia para la Academia y para el cine español en general. No hace falta ser un visionario para ver que desde que este hombre entró como presidente, algo ha cambiado (para bien) en el cine español. La primera frase de su discurso en Los Goya ya era significativa: "Hay que ser humildes". De hecho, la propia gala de Los Goya 2010 indicaba que al frente de la Academia se situaba una persona cuyos ojos conseguían mirar más allá del propio ombligo del gremio. Álex de la Iglesia era la única persona capaz de inyectar humildad en sus compañeros, de convencerles de que no se puede ir por la vida pegando balazos, de animarles a reinventarse, de convencer a la ciudadanía de que los cineastas no son simples maleantes cazasubvenciones y de que las subvenciones, de hecho, son necesarias -aunque su reparto pueda ser arbitrario-. En otras palabras: Álex de la Iglesia era la única persona capaz de limpiar la empantanada imagen del cine español. Él mismo lo dijo: "Hay que recuperar un respeto que hemos perdido".

Ahora que Álex de la Iglesia abandona la Academia -y aun a riesgo de ser agorero-, cabe esperar que su puesto lo ocupe un talibán antidescargas cuya capacidad de diálogo o de mirar más allá de su propio ombligo sea prácticamente nula.

Durante el día de hoy, muchos de los defensores de las descargas hemos lamentado esta dimisión, pero no deberíamos ser los únicos. Y es que el abandono de Álex de la Iglesia es una mala noticia para los detractores de la ley Sinde, sí. Pero, sobre todo, es una terrible y pésima noticia para el cine español en su conjunto.

Desde el Ministerio de Cultura, al fin y al cabo, estarán contentos, ya que habrán pasado de hablar con una persona ecuánime a tratar prácticamente con un colega. No cabe esperar menos.

Sin embargo, todo esto nos deja una sensación amarga, de que esto no debería haber acabado así. A mí, sobre todo, me queda la certeza de que no tenía que haber sido Álex de la Iglesia, precisamente, quien dimitiese. ¿Quizá debería haberlo hecho la que no se siente responsable?

Quizá.