Es un defecto de fábrica que, como muchos otros en nuestra democracia, viene de la transición (sin pecado concebida). “Tras el franquismo, había tal vacío en la vida pública que algunos de los espacios de poder que debían llenar los políticos aquí los ocupó la prensa”, afirma un dirigente socialista. “Y hoy sigue igual” –se lamenta–. “Se acostumbraron a mandar sin el incordio de tener que pasar por las urnas y parte de aquella generación de periodistas pensó que su trabajo no era la información, sino la política”. Por eso ahora lo llevan tan mal. Presumían de poner y quitar presidentes, y ahora ni siquiera pueden con el líder de la oposición.


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