Hace dos días, 20minutos.es nos ofrecía un artículo en el que se nos informaba del incremento de alumnos de Formación Porfesional (FP) frente al descenso de matriculados en la universidad. Ayer, directamente nos ofrecían un reportaje en el que directamente se planteaba: ¿Es rentable ir a la universidad?

Y es que en los útimos años el número de alumnos de FP ha aumentado en 50.000, mientras que el de universitarios ha descendido en 200.000. ¿Las causas? Puede haber muchas: en primer lugar, los propios alumnos universitarios han ido notando, por una parte, cómo invertían cinco años de su vida en estudiar una carrera y otros tantos en encontrar un trabajo mientras los que estudian FP tardan muchos menos; por otro lado, y contradiciendo la paciencia de los universitarios, las ventajas salariales de un universitario frente a las de alguien de FP son cada vez menores.

De fondo hay una circunstancia mucho más esclarecedora: los objetivos y planteamientos docentes en la universidad y en FP. Y antes de entrar en esto les voy a poner un símil: ¿se acuerdan de cuando ustedes estudiaban idiomas en el colegio? ¿Se acuerdan de las laaaaargas horas de clase estudiando el present continuous o los phrasal verbs? Sin embargo, si tienen hijos/amigos/conocidos que actualmente estudien idiomas, ¿lo hacen con los mismos patrones con que estudiaban ustedes? Es obvio que no. Y es que, aunque los cursos de 'aprenda inglés en un mes' son un timo evidente, lo cierto es que ahora los plazos de enseñanza de un idioma se reducen en beneficio de los plazos de aprendizaje. Cuando muchos de nosotros estudiábamos inglés, nos pasábamos las horas muertas estudiando gramática, sin que le diésemos una aplicación mayor que la de hacer alguna composition de allá para cuando. Con el paso del tiempo, uno se da cuenta de que aquellas clases de inglés estaban íntegramente destinadas a la enseñanza de la lengua, en ningún claso al aprendizaje. Y, ni mucho menos, al uso: ¿a alguno de ustedes les ha servido de algo el inglés que estudiaron durante años? Sin embargo, a día de hoy, los cursos de idiomas no pretenden sólo que el alumno aprenda la lengua meta, sino que además la use. Es por ello que se emplea mucho menos tiempo en la enseñanza de gramática y mucho más en la práctica activa de la lengua. Es, en definitiva, una enseñanza orientada al aprendizaje.

Sin embargo, en la universidad no pasa eso y, en la mayoría de los casos (sobre todo en las carreras de letras), observamos una enseñanza orientada a la mera acumulación de conocimientos, orientada al saber por el saber, sin ninguna vista más allá de la propia titulación en sí. Es por eso que todos nos encontramos a compañeros que durante los cinco años de carrera han tenido un maravilloso expediente pero que cuando acaban la carrera no saben hacer la O con un canuto. ¿Resultado? Cinco años medianamente perdidos, ya que tendremos que partir de cero para encontrar un trabajo y adquirir una desenvoltura y un desparpajo que la universidad no nos ha enseñado.

Sin embargo, en el otro lado nos encontramos al alumno que decidió meterse en Formación Profesional. Tradicionalmente, el perfil del alumno de FP se correspondía con el del joven no muy aficionado a los estudios que se decantaba por FP porque no podía llegar al nivel universitario. Sin embargo, a día de hoy se observa un perfil inmensamente más evolucionado en que un alumno de FP es aquel que pasa de emplear cinco años de su vida en transformarse en un parásito social a la vez que estudia. Además, la diferencia básica entre la universidad y la FP está en el propio nombre: la Formación Profesional no te enseña conocimientos sin más, sino que te enseña a aplicarlos y, en definitiva, te enseña un desparpajo y una necesidad de supervivencia básica en el mercado laboral. Por eso, mucha gente prefiere irse a FP a pesar de que tendrá que empezar a trabajar mucho antes que los universitarios y tendrá que empezar con irrisorias prácticas y sueldos miserables. Pero sabe que, tarde o temprano, su sueldo no estará tan lejos del de un universitario, y es probable que sepa desenvolverse mucho mejor que éste.

También hay que tener en cuenta el concepto decimonónico que tenemos de universidad. Y es que la universidad que nos encontramos a día de hoy no es la del siglo XVI: a la universidad de hoy puede entrar cualquiera y cualquiera puede sacarse una licenciatura. Podrá tardar más o menos, pero antes o después se la saca. Por tanto, el factor de prestigio de la universidad también se va diluyendo poco a poco. La cuestión es que muchos de los que hemos pasado por la universidad no lo hemos hecho por elección propia, sino por pura inercia. Como dice una chica en el reportaje de 20minutos, "yo fui a la universidad porque sí. Mis padres me lo inculcaron desde pequeña así que no tenía ninguna duda de que me matricularía. Para mí era algo natural, no es que tuviese una vocación ni un deseo espectacular. Era simplemente lo que debía hacer, igual que después de hacer deporte uno se ducha, o después de comer se lava los dientes. Nunca me he planteado otra cosa, no puedo imaginarme mi vida sin la universidad".

Y es que el debate es evidente: ¿nos pegamos cinco años estudiando arriesgándonos a licenciarnos sin saber hacer la O con un canuto? ¿O nos dejamos de tonterías y nos ponemos a trabajar más y mejor cuanto antes?

P.D.: Eso sí, también es cierto que la vida de universitario es un lujazo al que todos los ciudadanos deberíamos tener derecho.

AMPLIACIÓN: En los comentarios, Brida nos ofrece una interesantísima entrevista de Eduard Punset a Roger Schank sobre las crisis educativas. Inmensas gracias, Brida:



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