Si todo marcha bien, en 30 o 40 años cerramos la Transición. Tampoco es plan de andarse ahora con prisas, entiéndame usted, no vaya a ser que la liemos por el camino y acabemos reabriendo viejas heridas. Porque España, ya sé habrá dado cuenta, es hemofílica perdida. Aquí coagulamos a cincuenta años vista, de ahí que todavía nos sangren las fosas, nos sangre ETA y nos sangren los crucifijos en las escuelas. Y de ahí que Rouco invoque el olvido para el perdón de la mitad de los pecados. Su mitad, claro.

De un tiempo a esta parte, además, la vanguardia literaria se ha instalado en la literatura histórica aportando un nuevo ismo al asunto: el revisionismo. Se trata de una corriente posmoderna según la cual el golpe de Estado no fue tal golpe, sino un restablecimiento del natural orden de las cosas. Ríase usted de Duchamp y su urinario. Aquí los vanguardistas se mean directamente en los libros de Historia.

Más en el estreno de José A. Pérez (Mi mesa cojea) como contraportadista de Público.

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