Seguro que todos recuerdan el divertido episodio que cuenta que el etarra Aitzol Iriondo, henchido de orgullo nacionalista y convencido de la lucha contra el Estado español, se orinó encima cuando fue detenido, suponemos que para manchar las manos de los agentes con su cálido pis abertzale.

El caso es que todo este tema de las bromas ha creado bastante polémica. Hemos sido muchos los que nos hemos descojonado con esta historia, unos a nivel privado y otros, como José A. Pérez, por ejemplo, de forma pública. Lo cierto es que este proceso urinario ha sacado toda la rabia de aquellos que despreciamos a ETA y que, para hacer daño, en vez de criticar desmesuradamente a los terroristas, hemos optado directamente por descojonarnos en su cara, a ver si así jodemos un poco más. Pero en esto que llega la policía francesa y la española, molestos por la filtración de la ilustre meada, y dicen que vale, que será muy gracioso mofarse de los etarras, pero que a la larga esto no es bueno porque podríamos cabrearles y provocar que la próxima vez no nos meen encima, sino que nos caguen, nos vomiten o nos peguen un moco en la camiseta. O peor, que nos peguen un tiro en la sien.

Yo fui el primero que en cuanto se enteró de la micción vino corriendo al blog a hacer un artículo con el que participar en este descojone general, como ya pasó en su momento, pero cuando vi el aviso de la Policía me lo pensé dos veces, no sea que con mis gracias contribuyese a que a los etarras se les hinchase la vena.

Y es que, ¿qué hacemos en estas ocasiones? ¿Damos rienda suelta a toda nuestra rabia y nos descojonamos a carrillo abierta de ETA, que al fin y al cabo es lo único que podemos hacer? ¿U optamos por cerrar la boca, que calladitos estamos más guapos?

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