Acabamos de dejar atrás las Ferias del Libro, unas conmemoraciones se celebran en todo el país y que, alejadas de las primitivas Fiestas del Libro, se convierten ahora en Ferias para servir de herramienta para la promoción editorial.

Como todos los años, estas fechas nos dejan los diferentes estudios, encuestas y datos sobre los niveles de lectura de nuestra población adulta, que, generalmente, suelen ir descendiendo. Este año, en España, el 45,2% de los ciudadanos no suele leer habitualmente, mientras que el porcentaje de los que no leen nunca se queda en un nada despreciable 30,5%, según los datos del Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros correspondiente al primer trimestre de este año, que ha sido difundido hoy por la Federación de Gremios de Editores de España, coincidiendo con el Día del Libro. Si nos centramos en Castilla-La Mancha los datos son aún más negativas, ya que nuestra región es la segunda de España en la que menos se lee, con un porcentaje de no lectores del 51,4%.

No obstante, sería interesante detenerse en varios aspectos. Y es que cada vez que salen este tipo de datos, todos agachamos la cabeza y miramos para otro lado, mientras que las instituciones públicas, que secundan esa mirada hacia otro sitio, intentan poner en marcha campañas de fomento de la lectura. Y es que el hecho de no leer parece ser un claro motivo de sonrojo para todos nosotros. Sin embargo, ¿es la lectura esa verdadera panacea que nos venden a diario? Siempre hemos dicho y oído que leer es bueno. ¿Bueno para qué exactamente? ¿Cuáles son los beneficios de la lectura? ¿Vale leer cualquier cosa? ¿El simple hecho de fijar nuestra vista sobre cualquier tipo de letra ya es beneficioso?

Por supuesto, la lectura no es beneficiosa per se, sino que necesita estar ajustada dentro de un contexto y cumplir una serie de funciones según la edad del agente que lleva a cabo la lectura.

EDAD INFANTIL
La conveniencia de la lectura en edad infantil tiene una clara motivación: potenciar la creatividad y la imaginación del lector. Para un niño que se encuentra en una edad menor, la lectura representa la inmersión en otros mundos –posibles o no- y el conocimiento de otras realidades, ejercitando de este modo su creatividad y su capacidad imaginativa, dos factores cuyo desarrollo es imprescindible en la edad infantil. La lectura a esas edades también sirve para que un niño pueda ampliar de forma considerable su léxico, lo sitúe en su contexto y lo clasifique ortográficamente.

Además, la inmensa mayoría de los libros infantiles –por no hablar de la totalidad- adornan sus páginas con muchos dibujos que generalmente suelen ir representados por colores llamativos. La función de estos dibujos es doble: por un lado, evitan que la lectura sea pesada intermediando con elementos más entretenidos; por otro lado, los dibujos y los colores suponen un verdadero estímulo sensitivo para las capacidad intelectuales de un niño.

EDAD JUVENIL
En la edad juvenil, las motivaciones de la lectura son otras muy distintas. Llegado este punto podríamos hacer memoria y recordar nuestros años de instituto, en los que las clases de Lengua y Literatura se convertían a menudo en una maratón de comentarios de textos. Pero esto, ¿para qué servía realmente? ¿Qué sentido tenía decir cuál era el argumento y saber diferenciarlo del tema? ¿Para qué narices queríamos establecer las ideas principales y alejarlas exponencialmente de las secundarias? ¿Alguien sabría explicar a cuento de qué teníamos que encontrar las metáforas dentro del texto?

La lectura en esta edad nos ayuda a comprender mejor no sólo un simple texto, sino toda la realidad que nos rodea. Como sabemos, nuestro mundo no es una realidad lineal en la que todos los elementos y conceptos tienen el mismo rango y están los unos al lado de los otros, sino que existe una serie de jerarquías y predeterminaciones que hacen que los distintos elementos de nuestra realidad se clasifiquen de una manera o de otra. Es por eso que la religión no está al lado de una manzana ni un debate acerca del medio ambiente se sitúa al lado de la longitud de las uñas de los dedos de los pies.

La lectura, por lo general, es una especie de mutación, transfiguración o representación de la realidad, extrapolada a la palabra escrita. Y no es lo mismo leer que saber leer. Del mismo modo que no podemos poner los elementos de nuestra realidad unos al lado de otros, al leer un texto tampoco podemos ponerlo todo en una representación lineal. Por eso, el hecho de saber diferenciar las ideas principales y las secundarias o saber diferenciar entre el tema y el argumento nos ayuda a saber clasificar las distintas cosas que nos encontramos en la realidad escrita y hacer una representación jerárquica y arbórea de las mismas.

Pero, ¿para qué nos sirve esto en nuestra vida diaria? Un ejemplo muy claro es el de los debates. Los grandes estudiosos de las teorías sobre la dialéctica, establecían que para que una conversación sea fructífera, cuando cada uno de los agentes que participa de ella intervenga para hablar, tiene que aportar algo que contribuya a la discriminación de unos argumentos, el ensalzamiento de otros o la distribución arbórea de unas y otras argumentaciones. Esto, en definitiva, hace que la conversación avance. En nuestra vida cotidiana todos nos hemos encontrado con personas con las que no merece la pena debatir. Y no porque sus argumentos sean contrarios a los nuestros, sino porque cuando a esta persona le damos unos argumentos, ella responde con otra cosa que podría estar mínimamente relacionada con lo que hemos dicho, pero que en ningún caso responde a nuestra explicación. Pongamos un ejemplo: imaginemos que un antitaurino y un taurino están debatiendo sobre lo bueno o malo de las corridas de toros:

-Antitaurino: Se debería prohibir las corridas de toros.

-Taurino: Las corridas no pueden prohibirse, porque son una tradición que se celebra desde muchos años y a la gente le gusta mucho.

-A.: El hecho de que una cosa sea tradición no quiere decir que haya que prolongarla infinitamente en el tiempo, y me da igual que a la gente le guste; es una crueldad que no se debería permitir.

-T.: Pero es que no puedes criticar algo como los toros. Yo es que cuando voy a las corridas y veo a los toreros, que se juegan la vida, que se planta delante del toro... es que eso es mucha valentía.
Como vemos, el antitaurino ha empezado afirmando algo a lo que el antitaurino ha respondido con un argumentos que venía al caso. Ante ello, el antitaurino ha intentado refutar sus argumentos con otros que contrastaban con lo que el anterior decía. Sin embargo, el taurino ha respondido a estos argumentos con otros no relacionados. La postura del taurino ha sido la de intentar mantener a toda costa un discurso positivo a favor de la tauromaquia, pero en ningún caso ha respondido a la argumentación que le precedía. Es así como una conversación no avanza, se estanca y acaba no sirviendo para nada.

Es por ello necesario que en la edad juvenil una persona aprenda a separar ideas y conceptos y a saber discriminar unas argumentaciones cuando éstas no sean recurrentes y sacarlas cuando puedan contribuir al éxito de un debate. Esto es esencial y se aplicará durante toda la vida de una persona, pero es en la edad juvenil cuando su aprendizaje y desarrollo es fundamental. Si en la edad juvenil una persona no aprende estos parámetros, será muy difícil que en su vida adulta pueda enfrentarse a debates y participar de ellos con argumentos recurrentes.

EDAD ADULTA
La edad adulta suele ser eminentemente una época de confirmación y asentamiento de los conceptos aprehendidos durante la edad infantil y la juvenil. En la edad adulta ya no es necesario potenciar la creatividad ni la imaginación, ya que esa edad pasó, y tampoco resulta eficaz aprender a separar ideas y conceptos, ya que eso debe aprenderse cuando la mente humana comienza a tener consciencia de sí misma y a ejercitar sus habilidades.

LA LITERATURA COMO PANACEA
Es interesante que nos planteemos el porqué de esa necesidad imperiosa de promocionar la lectura de obras literarias. Y es que a diario no se pide a los ciudadanos que lean, sino que lean literatura. Parece ser que no todo vale. Podría valer un periódico, pero siempre como fuente de información, no como forma de lectura. Así pues, parece obvio que las campañas de fomento de lectura actuales van más destinadas a la promoción de una industria editorial que al desarrollo de unas habilidad reales. Ya conocemos para qué sirve la lectura. Ahora debemos preguntarnos: ¿Cumple la literatura esas funciones?

Y lo cierto es que cada vez parece hacerlo menos. Un ejemplo es el del Premio Planeta, un galardón que cada vez goza de más prestigio editorial pero menos prestigio literario, ya que durante muchos años se ha criticado el tipo de literatura que ha sido premiada. Grandes éxitos editoriales como El código Da Vinci nos han demostrado que la literatura que se vende de forma masiva hoy día es una literatura sencilla, plagada de un estilo medianamente periodístico en el que abundan las frases cortas y escasean los rodeos descriptivos o argumentales. Lo cierto es que los grandes éxitos editoriales de la actualidad, bajo la motivación (o excusa) de llegar a todos los públicos, presentan unos textos y unas estructuras conceptuales que en ocasiones resultan insultantemente básicos. Y este tipo de literatura quizá sirva para entretener, pero si sólo sirve para entretener no tiene ningún sentido que valoremos la lectura como la panacea de la cultura moderna. Mucho nos tememos que gran parte de la literatura actual no permite el fomento y el desarrollo de las motivaciones que toda lectura debe aplicar a su lector.

Es por ello que deberíamos preguntarnos: ¿Es la lectura una panacea cultural? Parece claro que, en los parámetros en que se mueve ahora, no. Quizá habría llegado el momento de plantearnos la convenciencia de esta configuración.